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No te separes de nosotros, hijo mío; quédate al lado de tus amigos, de tus hermanas y de tu anciana madre, a quien tal vez no encontrarás a tu regreso. No vayas a consumir por un vano anhelo de gloria, o abreviar con sinsabores y sufrimientos de todo género los días de existencia que con tanta rapidez se deslizan. La vida, hijo mío, es una gran cosa, y el sol de Bretaña es muy hermoso.

Me parece mentira. ¡Ay, hijo, qué bueno eres! Mereces que te caiga la lotería, y si no te cae, es porque no hay justicia en la tierra ni en el cielo... Adiós, hijo, no puedo detenerme ni un momento más... Dios te lo pague... Estoy en ascuas. Me voy volando a casa... Quédate en la tuya... y a esta pobre desgraciada, cuando despierte, no la pegues, hijo, ¡pobrecita!

Don Juan insistió: Pues dime que nos veremos. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Cristeta, no sabes cómo estoy! Una vez..., te lo prometo...; quédate aquí, no me acompañes más..., y luego ten prudencia y no me sigas. Te obedeceré..., lo que quieras...; pero júrame que nos veremos pronto, que no me has olvidado por completo.

Sin que él se diese cuenta del cómo y el por qué, aquel «quédate » le hizo mirar de repente a su esposa con ojos de juez de la hermosura. ¡Cosa extraña!

Un día llegué á casa de Lea á eso de las cuatro y la encontré con el sombrero puesto y con aire preocupado. Me acercó la frente á los labios y me dijo distraídamente: Tengo que salir por una hora. Mi padre me envía un recado con un amigo suyo y es preciso que vaya hoy mismo á verle al Gran Hotel, pues se marcha mañana á Londres. Entonces me voy. Hasta la noche. No; quédate un momento.

Yo te escribiré, te daré cuenta exacta de mi vida... todos los días sabrás de aunque esté en el polo; pero quédate, no desesperes a tu madre, cierra los ojos ante sus injusticias, que al fin obedecen a lo mucho que te quiere... ¿Crees que yo no sufro al dejarte? ¿Te imaginas que es poco huir dejando aquí la mayor felicidad de mi existencia?...

Corre y se oculta, porque tiene miedo de algo que hay en tu pecho. Mira ahora: allí está jugando, á una buena distancia de nosotros. Quédate aquí, y déjame correr á para cogerla. Yo solamente soy una niña. No huirá de porque aun no llevo nada sobre mi pecho. Y espero que nunca lo lleves, hija mía, dijo Ester.

Necesito que me el aire. Quédate por el buen parecer; ahí dentro está la santa. Toma mi duro, por si hay la consabida suscricioncita. En cuanto se lleven el cuerpo te vas a casa. Abur».

Es que tamién está ya la luz ayí respondió la mujer que no se había movido del vano de la puerta. ¡Acabaras de resollar!... Pues entonces, dáca el farol y quédate aquí a cuidar de estos potingues... ¡Mira, mira cómo se va esa olla!... ¡Quítale la cobertera en el aire y échala un poco atrás!

Lo que le decía a usted, estaba vistiéndome para salir a oírla, cuando entró Joaquinito a darme la gran peripecia. ¡Buena ha sido, buena! exclamó doña Lupe, oprimiendo contra su seno la mano en que tenía los billetes, tan bien cogidos que no se veía el papel por entre los dedos. Quédate con Dios dijo Torquemada a Maximiliano que sólo contestó al saludo con un ju ju...