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Actualizado: 3 de mayo de 2025
¿Llevamos este fusil? Sí, quítale la cartuchera a ese que yo he tumbado, y vamos andando. Bautista entregó un fusil y una pistola a Martín. Vamos, ¡adentro! dijo Martín al demandadero.
No, señora. ¿Quién os dijo que don Rodrigo tenía estas cartas? Mi tío. ¡El cocinero de su majestad! exclamó con un acento singular la dama ; ¿y qué os dijo vuestro tío? Me llevó á un lugar donde me ocultó y me dijo: ese es el postigo del duque de Lerma; por ahí saldrá probablemente don Rodrigo Calderón; espérale, mátale, y quítale las cartas que comprometen á su majestad.
Es que tamién está ya la luz ayí respondió la mujer que no se había movido del vano de la puerta. ¡Acabaras de resollar!... Pues entonces, dáca el farol y quédate aquí tú a cuidar de estos potingues... ¡Mira, mira cómo se va esa olla!... ¡Quítale la cobertera en el aire y échala un poco atrás!
Esta prolongada agonía lo malea, quítale gran parte de su sabor, de la dureza de su carne; vese macerado de dolor, acontécele lo que se observa entre las bestias que mueren de alguna enfermedad. En tierra están reglamentadas las estaciones de caza, y lo mismo debe hacerse con la pesca, teniendo en consideración el tiempo en que cada especie se reproduce.
11 Sé sabio, hijo mío, y alegra mi corazón, y tendré qué responder al que me deshonrare. 12 El avisado ve el mal, y se esconde, mas los simples pasan, y llevan el daño. 13 Quítale su ropa al que fio al extraño; y al que fio a la extraña, tómale prenda. 14 El que bendice a su amigo en alta voz, madrugando de mañana, por maldición se le contará.
Yo no tengo la culpa de que se me haya mandado le enviase á palacio... hice lo que debía hacer; reprendí á Cornejo... le aterré... y sabiendo que don Rodrigo Calderón llevaba sobre sí las cartas que comprometían á su majestad... llevé á mi sobrino, quiero decir, á don Juan Girón, á un lugar donde podría encontrar á don Rodrigo, y le dije: Mátale, hijo, quítale las cartas de su majestad y llévalas á palacio, donde te llaman.
¡Jesús! replicó la condesa . ¿De qué modo puedo yo evitar tamaña desgracia? Vas a saberlo continuó Rafael . Ayer he tenido carta de uno de mis camaradas de embajada: el vizconde de Saint Léger. Quítale el Saint y el vizconde, y deja Léger pelado repuso el general. Bien dijo Rafael ; mi amigo, que según el tío no es ni vizconde ni santo, me recomienda a un príncipe italiano.
El Chucro miró la fosa, pareció satisfecho, y ordenó a la Pepa: Quítale al muerto las prendas que lleva. La Pepa sacó al muerto el dinero, las alhajas y la ropa, dejándole sólo la camisa... ¡Sácale también la camisa! gritole el Chucro. Y cuando la Pepa había cumplido su orden, él mandó a Peñálvez: Enterrálo.
En cuanto pasen unos días y me sienta más fuerte, me iré a la Puebla del Maestre, procuraré restablecerme, y trataré de olvidar un mundo donde, ya lo ves, la dicha depende de una calentura y unos cuantos granos feos en la cara. ¡Pobre de mí! Escribe a Manuel de modo que sufra lo menos posible, pero persuádele de que esto se acabó; ahórrale penas, pero quítale toda esperanza.
Siempre y cuando puedas darle un disgusto, dáselo, por vida del santísimo peine... Que no se rían de ti porque naciste pobre. Quítale lo que ella te ha quitado, y adivina quién te dio. Fortunata no contestó. Estas palabras y otras semejantes que Mauricia le solía decir, despertaban siempre en ella estímulos de amor o desconsuelos que dormitaban en lo más escondido de su alma.
Palabra del Dia
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