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Peñálvez cavaba sin darse cuenta de lo que hacía... Y la Pepa dijo: El asado ya va a estar... Apremiado por esta advertencia, el Chucro se plantó con su carabina a pocos pasos de su víctima, cuidando sin embargo, de no ponerse al alcance de la pala, y le gritó: ¡Apúrate más, maulón!... Apresurose nuevamente Peñálvez, aunque sin terminar todavía...

Y Peñálvez siguió gimiendo, implorando, aconsejando largas horas, sin que Pepa la Gallega pareciera apercibirse de sus gemidos, imploraciones y consejos... Ya el sol empezaba a declinar, cuando volvió el Chucro... Los policías se han ido dijo a Pepa. Priende fuego y poné agua a calentar pa' el mate. Pepa hizo como se le dijo.

Todos iban murmurando. ¿Para qué desafiar al diablo, o al ahijado del diablo? ¡Nada más vano que luchar contra vestiglos y fantasmas! En su incursión a las islas se internaron el comisario Rodríguez, seguido del escribiente Peñálvez, mientras los demás hombres estaban «mateando» junto a la canoa que los trajera, a través de una tupida selva de helechos, ceibos y espinillos.

No bien arrojara Peñálvez la última palada de tierra sobre el cuerpo todavía caliente del comisario, díjole el Chucro: Ahora cavá otro pozo para enterrarte vos mismo. Tan alelado sentíase Peñálvez, que no le extrañó esta nueva orden. Como en un sueño doloroso y febril, obedeció a su destino, y, pocos pasos más lejos, púsose a cavar la otra fosa...

No bien vio a Peñálvez pareció reconocerlo por un leve fruncimiento de cejas; pero no dijo palabra, esperando en silencio las órdenes de su amo y señor...

Era el gaucho alto, nervioso, de cejas espesas, cutis cetrino y nariz aguileña. Poblábanle el rostro largas e hirsutas barbas; bajo el rústico chambergo caíale una melena grasienta y enmarañada. Llevaba una carabina en la mano y un enorme facón en la cintura... ¡Ya verán quién es el Chucro! dijo a Peñálvez y lo obligó a que le siguiera dándole culatazos con la carabina.

A primera vista todo parecía desoladamente desierto; ni se oía ladrar un perro... Mas, fijándose mejor, vio Peñálvez que al borde del arroyo, pescaba una sucia y desgreñada mujer... A pesar de su aspecto salvaje, él la reconoció. Era Pepa la Gallega, la antigua cocinera de don Lucas, la desaparecida hacía unos ocho o diez meses...

Y vio que la Pepa estaba cortando dos palos. ¿Qué estás haciendo? le preguntó. Después de vacilar un momento, ella contestó, trémula de miedo: Una cruz para los muertos. ¡Dejáte de cruces, gallega, y sacá pronto las ropas del mocito que está en la zanja todavía vestido! La Pepa despojó también el cadáver de Peñálvez, y después, creyendo ya dormido al Chucro, fue a terminar su cruz.

Peñálvez creyó que lo iba a acribillar a puñaladas, atado al árbol, y se echó a llorar como un niño... Pero el Chucro se limitó a cortarle, sus ligaduras; diole la pala que antes tuviera Pepa y le dijo: Cavá pronto un hoyo pa' enterrar al comisario. Sin hacerse repetir la orden, Peñálvez se puso a cavar con todas sus fuerzas.

La Pepa dijo: Si el asado no se come ahora, se reseca y se quema... Viendo que la segunda fosa no se concluía, decidiose el Chucro a comer antes de enterrar a Peñálvez... Pero estaba en los primeros bocados, cuando éste se detuvo... ¿Por qué no seguís? preguntole. Ya acabé... contestó Peñálvez, verdaderamente sonámbulo.