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Actualizado: 3 de mayo de 2025
Peñálvez tendió el cadáver en el fondo del hoyo y comenzó a arrojarle palada tras palada de tierra... Sorbiéndose las lágrimas que le corrían por dentro de la nariz, pensaba: «¡Lástima de hombre, tan guapo y tan joven!... Pero, «como no hay mal que por bien no venga», tal vez su muerte sea una felicidad para mí... Si el gobierno es justo, puede nombrar para suceder a Rodríguez, al sub-comisario... Entonces yo debiera ser también ascendido.
Hasta la bahía se hallaba aletargada; un gallardo queche blanco se mantenía inmóvil; dos paquetes de vapor, con la negra y roja chimenea desprovista de su penacho de humo, dormitaban, y solamente un frágil bote, una cascarita de nuez, venía como una saeta desde la fronteriza playa de San Cosme, impulsado por dos remeros, y el brillo del agua, a cada palada, le formaba movible melena de chispas.
Al fin la tuvo; un machetazo puso al vivo la veta sanguínea del palo rosa, y recostándose a la viga pudo derivar con ella oblicuamente algún trecho. Pero las ramas, los árboles, pasaban sin cesar arrastrándolo. Cambió de táctica; enlazó su presa, y comenzó entonces la lucha muda y sin tregua, echando silenciosamente el alma a cada palada.
No bien arrojara Peñálvez la última palada de tierra sobre el cuerpo todavía caliente del comisario, díjole el Chucro: Ahora cavá otro pozo para enterrarte vos mismo. Tan alelado sentíase Peñálvez, que no le extrañó esta nueva orden. Como en un sueño doloroso y febril, obedeció a su destino, y, pocos pasos más lejos, púsose a cavar la otra fosa...
Palabra del Dia
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