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Al terminar el almuerzo, algunos oficiales se levantaron, requiriendo sus sables para cumplir actos del servicio. El capitán von Hartrott también se levantó: necesitaba volver al lado de su general; había dedicado bastante tiempo á las expansiones de familia. El tío le acompañó hasta el automóvil. Moltkecito se excusaba una vez más de los desperfectos y despojos sufridos por el castillo.

El empeño de atesorar había sido por completo destruido por Marner desde que perdiera el oro que acumulaba durante tanto tiempo. Las monedas que había ganado en seguida le parecían tan inútiles como piedras aportadas para terminar una casa bruscamente sepultada por un temblor de tierra.

No bastaba, sin embargo, lo que había hecho para ponerlo a la altura de su ideal. Belinchón siempre había seguido con vivísimo interés en los periódicos de París aquellas polémicas personales que rara vez dejaban de terminar con un duelo.

Al terminar una partida, se disgregaban los grupos de una mesa para trasladarse á otra; pero la orla de gente continuaba siendo compacta, por los nuevos aportes de curiosos. Descendía de la claraboya central un resplandor acaramelado. Fuera brillaba el sol sobre el mar azul; aquí, la luz era de bodega: una luz, según Castro, semejante á la del salón de sesiones de un Congreso de diputados.

La madre hilaba cáñamo; los varones ayudaban al padre; las mujercitas arreglaban la casa y se cuidaban las unas a las otras, haciendo la mayor de niñera de la más pequeña, y así todas las otras, hasta terminar la escala. El joven Sebastián jamás brilló por su inteligencia, ni por su memoria, ni por ningún don intelectual; pero, en cambio, poseía un corazón excelente.

Al terminar el baile que hacía el número cuatro, es decir, el anterior al vals que tenía comprometido con Amaury, Antonia fue a sentarse al lado de su prima para hacerle compañía hasta que la orquesta preludiase los primeros compases de la próxima danza.

Seré siempre tu esclava, pero lejos de ti, muy lejos de ti, para no traerte a la memoria la infamia de esta noche. Los gemidos sofocaron la voz de Pepita, al terminar estas palabras. D. Luis no pudo más.

Veinte veces se le ocurrió que era preciso concluir. ¿Pero cómo? No se atrevía. Iba á concluir mal. ¡Qué horror! Y para terminar mal, valía más no terminar, seguir hablando, siempre, siempre, siempre. Buscaba el final y no podía encontrarlo. ¡Y el final es tan importante! Podía rehabilitarse en un momento de inspiración. ¡Oh! la idea de concluir sin un aplauso le daba horror.

Las señoras, amenazando con no comprar en los establecimientos cuyos dueños votasen al candidato liberal; el dinero, entrando en los barrios populares como un veneno que enloquecía á la gente y la hacía terminar sus disputas á palos y tiros; las damas ricas, deslizándose en los tugurios de los miserables, arrogantes como amazonas, con el bolso abierto y el paquete de papeletas electorales.

Habló cerca de hora y media. Al terminar, lo mismo el tribunal que el público, estaban visiblemente fatigados. Rectificó brevemente el acusador privado algunos errores de hecho. Sostúvolos el defensor, según era su condición, larga y prolijamente. De tal modo, que el fastidio engendrado por su primer discurso se multiplicó notablemente en el segundo.