United States or Bahamas ? Vote for the TOP Country of the Week !


Lo mismo opinaba Luz. ¿De qué había de hablarla a ella aquel hombre sino de esas cosas y en aquellos términos?... Pero ¿cómo sería el mundo que él también se había forjado a su capricho? Casi se atrevía a jurar que era muy semejante a su paraíso. La duda la impacientaba bastante, y se decidió a salir de ella preguntándolo.

Imagino que hubiera tenido toda la vida a Gloria en casa sin inconveniente mejor que molestarse en buscar solución a aquel conflicto. Isabel se mortificaba viendo mi impaciencia; pero tampoco se atrevía a insistir mucho con su padre, por temor a uno de esos movimientos de feroz desdén con que zanjaba todas las dificultades cuando le apuraban.

A la tercera llegué hasta el rellano de su propio piso, pero me quedé delante de su puerta, sin atreverme a llamar. Me pasaba a lo mismo que a Querubín: No me atrevía a atreverme. Pero a la cuarta noche, juré acabar de una vez y no ser por más tiempo tan necio y tan cobarde.

Barbarita estaba loca con su hijo; mas era tan discreta y delicada, que no se atrevía a elogiarle delante de sus amigas, sospechando que todas las demás señoras habían de tener celos de ella. Si esta pasión de madre daba a Barbarita inefables alegrías, también era causa de zozobras y cavilaciones.

Estaba seguro de que mientras no se moviese nada malo podía ocurrirle, y de que con sólo levantarse, con sólo moverse de su sitio, con sólo volver la cabeza, la desgracia terrible ocurriría inmediatamente. Pero una vez en pie, y habiendo comenzado a andar, no se atrevía ya a pararse, pues se le antojaba que el peligro estaba precisamente en la quietud.

Dos, tres veces, ya al obscurecer, entró el Magistral en el zaguán obscuro del caserón de la Rinconada. Quería saber algo, espiar los ruidos... pero a llamar no se atrevía... «¿A qué iba él allí? ¿Quién le llamaba a él en aquella casa donde en otro tiempo tanto valía su consejo, tanto se le respetaba y hasta quería? Nadie le llamaba.

Poco ganoso de volver a su cuarto triste y frío, el joven prestaba gustosamente oídos a la charla de su hostelera y sus ojos se detenían con verdadera complacencia en la blanquísima nuca que adornaban unos ricillos de su cabello, o bien en la flexibilidad de su cintura... A veces se quedaban ambos silenciosos; la mirada lánguida de Miguelina se encontraba con los azules ojos del guarda general; éste, de ordinario frío y reservado, se expansionaba, se atrevía a alguna insinuación galante, y entonces, con su intuición femenina, la hostelera del Sol de Oro adivinaba, por ciertas inflexiones de su voz llenas de emoción, que su huésped se iba haciendo cada día menos insensible a sus encantos.

tienes ochenta mil... Pero eres licenciado en Filosofía... Total iguales... Vaya, vamos a almorzar. Este don natural no falló tampoco en la ocasión presente. Nuestro joven se encrespó terriblemente y como no se atrevía con su tío, a quien de buena gana hubiera llamado imbécil, la emprendió contra Cirilo y su esposa a quienes cubrió de dicterios.

Brincaba mi extranjero, y yo le veía dispuesto a hacer un disparate. Amigo, aquí no hay más remedio que tener paciencia. ¿Y qué nos han de hacer? Mucho y malo. Será injusto. ¡Buena cuenta! Logré, por fin, contenerle. Pues ahora no se le despacha a usted; vuelva usted mañana. ¿Volver? Vuelva usted, y calle usted. Vaya usted con Dios. Yo no me atrevía a mirar a la cara a mi amigo.

Lo que Agapo no se atrevía a decir, es que él era el protector de aquellos amores contrariados, el correo de gabinete entre los dos tórtolos; su buen corazón no había podido resistir al ruego de Quilito... y a la propina de dos pesos por carta, enternecido ante la desgracia que separaba a sus sobrinos más simpáticos y que más quería.