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Actualizado: 24 de junio de 2025
Todos, entre sorprendidos y contrariados, guardaron silencio unos instantes: doña Manuela fue la única que, no por hipocresía, sino por docilidad, movió los labios, como si rezara en voz baja. El primero que se atrevió a hablar, fue Pepe: A ver, chico, a qué te sabe el pan de tu casa. Lo que da el Señor, es bueno, donde quiera que lo dé.
¿Se amarían bastante en el futuro para que sus recíprocas ternuras viniesen a compensar todo lo que faltarles pudiera en presente y porvenir? Horas había en que así lo pensaba en la amante efusión de su alma, otras corrían en que la idea de sus gustos contrariados, de su porvenir sin esperanzas, de su mujer en la estrechez, lo clavaban desalentado en el umbral de sus resoluciones...
Pero cómo no he de reírme, Ricardo, si todas tus desgracias caben bajo un mismo rótulo que inspira risa: «¡amores contrariados!» Y volvió a reír estrepitosamente. ¡Yo habría de verte si Clota te dejase por otro! dijo Ricardo calculando herir en lo más hondo. ¡Ya está! prorrumpió vehementemente Melchor. ¿Quieres que te diga lo que sucedería?... pues bien, escucha: primero pensaría: es mentira.
Sí; sí, señor, vuestro hijo contestó el duque de Uceda. Y el padre y el hijo delante de doña Ana, aterrada, quedaron mirándose frente á frente. Entrambos se encontraban contrariados. Ni el padre ni el hijo habían esperado verse allí de una manera tan ambigua.
Las aguas habían crecido tanto que no aparecía paso vadeable. 95 Todos se detuvieron contrariados. Entonces les dijo Aliatar: Mi Leal les abrirá camino, si me permiten Vds. ir delante. Entonces vieron al viejo caudillo entrar en la impetuosísima corriente como si cruzase una carretera. 100 Todos le siguieron felizmente por aquel vado que lleva todavía el nombre del moro.
Miguel, sin hacerle caso, cambió todavía de lejos una sonrisa con su hermana y llevó el clavel a los labios. Cierto, no dejaba de ser interesante la situación de ambos hermanos, obligados para testimoniarse su cariño a esconderse como dos amantes contrariados y a emplear toda la astucia y disimulo que éstos usan.
Lo que Agapo no se atrevía a decir, es que él era el protector de aquellos amores contrariados, el correo de gabinete entre los dos tórtolos; su buen corazón no había podido resistir al ruego de Quilito... y a la propina de dos pesos por carta, enternecido ante la desgracia que separaba a sus sobrinos más simpáticos y que más quería.
Leíase en el rostro de todos que la indiferencia del público los tenía contrariados, y que la hostilidad de mis paisanos los hacía rabiar.
Al recuerdo de amores contrariados no había que achatarlo; primero, porque ni su lenguaje, ni su rostro, delataban la tristeza apacible, pero indeleble, que deja en los resignados el dolor; y, además, porque los años todo lo aminoran, y ella contaba tantos, que bien podían haberle ido borrando del pensamiento las memorias tristes, por muchas que tuviese.
Nos sentimos contrariados, irritados de haber, siquiera momentáneamente, tenido miedo ó pasmádonos ante ser tan baladí. Hácese preciso decir á ese guerrero que llega soplando, roncando, echando pestes: «Valiente de mentirijillas, nada encierras dentro de ti: eres más bien máscara que ser: sin base, sin fijeza de la personalidad hasta el presente sólo posees el orgullo.
Palabra del Dia
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