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Y, aunque Tosilos vio venir contra a don Quijote, no se movió un paso de su puesto; antes, con grandes voces, llamó al maese de campo, el cual venido a ver lo que quería, le dijo: -Señor, ¿esta batalla no se hace porque yo me case, o no me case, con aquella señora? -Así es -le fue respondido.

Cada cual fué a acostarse donde pudo, y Martín le dijo a Bautista en francés: Cuidado, eh. Hay que estar preparados para escapar a la mejor ocasión. Bautista movió la cabeza afirmativamente, dando a entender que no se olvidaba. HISTORIA CASI INVEROSÍMIL DE JOSH

El niño parecía conmovido, como pueden estar los ángeles a la vista de las miserias humanas; movió tristemente la cabecita, cruzó las manos y prosiguió con la expresión de un querubín que mira a la tierra: Ellos, ¡ingratos!, de pesarte llenan... ¿Seré yo también sordo a tu gemir? ¡No! Yo no quiero frutos que envenenan, No quiero goces que a mi Madre apenan, ¡No quiero ser así!

Lo que os ruego es que no me reprehendáis mi mal término y mi mucho descuido, pues la misma ocasión y fuerza que me movió para acetaros por mía, esa misma me impelió para procurar no ser vuestro.

Y dormías tranquila creyéndome en una tumba más segura que la tuya. Yo también he salido, sin embargo, y vengo á pedirte cuenta de todo lo que he sufrido. Lea movió la cabeza y dijo sordamente: ¿Has sido solo el que ha sufrido? ¿La responsabilidad de lo ocurrido es de los demás ó de ti mismo? ¿Es posible que hayas olvidado lo que hiciste?

La mozena dió dos pasos dentro de la habitación, y confidencialmente relató: Estos señoritos son el diablo.... Ya ve, a usted la cortejaba, como quien dice, y lo mismo hacía con Rosa la del Molino. Carmen movió lentos los labios para decir: Rosa....

Al fin la sombra gigantesca del tren imperial se movió y pasó casi tocando el nuestro, dejándonos ver en él fondo de un carruaje la figura del vencedor de Solferino y negociador de Villafranca.... El silencio era completo; ningún grito estalló en medio de las sombras y el soberano se perdió en las tinieblas del valle.

Marenval miró un instante á su hermosa pariente, movió tristemente la cabeza y dijo en tono afectuoso: Y bien, María, ¿sigue usted tan poco razonable? Siempre tan desgraciada, señor de Marenval. ¿Y su madre de usted? Va usted á verla.

Eso es otra cosa. ¡Así! y mi tía juntó los dedos de la mano derecha, y los movió como para indicarme una multitud de personas. En Pluviosilla, prosiguió ¡muchos! Un español rico; un mancebo de botica muy burlón y endiantrado, capaz de reírse hasta de su sombra; un colegial muy guapo, que le hacía versos; otros, y otros. Aquí... aquí.... ¿Quién? Uno nada más. ¿Quién?

Yo no conservo ninguna tuya. Ya sabes que las rompo en cuanto las recibo. Raimundo no se movió. Después de esperar unos momentos, Clementina se acercó a él por detrás, se inclinó silenciosamente y le puso las dos manos en las mejillas, diciéndole con acento dulce: ¡Retonto! ¿no hay más mujeres que yo en el mundo? Raimundo se estremeció al contacto de aquellas manos delicadas.