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Llamaron al mejor veterinario de la ciudad; pero el caballo no mejoraba, y por la tarde desvaneciéronse las ilusiones que tenían las niñas de pasear en carruaje.

Sonó algún silbido, se oyeron algunas carcajadas de mofa, pero las turbas abrieron paso, los grupos se aclararon, la lavandera echó pie a tierra, arreó el cochero y el carruaje pudo arrancar despacio por entre aquella muchedumbre hostil, momentáneamente amansada.

Se trasladó a pie hasta la Peña. Ya le esperaban allí sus testigos. Con ellos iba un amigo médico. Subieron al carruaje al sonar las dos y cuando montaban vieron que arrancaba también del Veloz otro carruaje donde debía de ir el marqués. Mientras duró el trayecto tanto él como sus amigos afectaron alegría.

Hemos hecho una jornada horrible, en el tren, en el carruaje, en medio del polvo, ¡y con un calor! ¡Nos sirvieron un almuerzo tan espantoso esta mañana en el hotel! y debíamos volver a comer allá a las siete, en el mismo hotel, para tomar en seguida el tren de París... Pero comer aquí será mucho mejor. Ya no decís que no. ¡Ah! ¡cuán buena sois, mi Zuzie!

Para seguir el carruaje de su amante entre la balumba de ellos en los paseos del Retiro y la Castellana compró un bonito caballo, después de dar previamente algunas lecciones de equitación.

Dijo estas palabras acompañando a la recién venida, que ya se retiraba y que se negó tenazmente a hacer uso del carruaje. Ven, hija mía dijo la duquesa a su hija , ven, con permiso de tu maestra, a saludar a tu buena amiga. María no sabía qué pensar de lo que estaba viendo y oyendo. La niña abrazó a aquella que la duquesa llamaba su buena amiga.

Las dos hermanas hacían por la mañana largos paseos en carruaje con el cura, y por la tarde grandes excursiones con Juan, a caballo. Juan no analizaba sus sentimientos; no se preguntaba si iba a inclinarse a la derecha o a la izquierda. Sentía por ambas la misma abnegación, idéntico afecto, y era completamente feliz, estaba completamente tranquilo.

La aurora divina, escalando las alturas de la sierra lejana, cruzando con vuelo raudo la llanura, levantaba con sus rosados dedos las cortinillas del carruaje y esparcía una tenue y discreta claridad, sin que él hubiese dejado de pensar en su dicha. Esperancita abrió los ojos y le dirigió una tierna sonrisa de amor, que hizo vibrar hasta las últimas cuerdas de su alma poética.

Otro día, había visto el más extraordinario de los espectáculos de la guerra. Todos los automóviles de alquiler, unos dos mil vehículos, cargando batallones de zuavos, á ocho hombres por carruaje, y saliendo á toda velocidad, erizados de fusiles y gorros rojos. Formaban en los bulevares un cortejo pintoresco: una especie de boda interminable.

De modo que cuando al caer de la tarde descendimos rápidamente al pueblecito arcadiano de Wingdam, resolví no pasar adelante y salí del carruaje en un estado dispépsico insoportable.