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Las guitarras comenzaron a vibrar, mientras uno de los cantores gemía con voz gutural: ¡Por una ausencia larga Mandé sangrarme, Hay ausencias que cuestan Gotas de sangre! ¡A la hueva, hueya, Hueya sin cesar, Abrasé la tierra Vuelvasé a cerrar!

Pedía en ella a Dios lluvia para los campos, fecundidad para los ganados, paz para la República, seguridad para los caminantes... Yo soy muy propenso a llorar, y aquella vez lloré hasta sollozar, porque el sentimiento religioso se había despertado en mi alma con exaltación y como una sensación desconocida, porque nunca he visto escena más religiosa; creía estar en los tiempos de Abraham, en su presencia, en la de Dios y de la naturaleza que lo revela; la voz de aquel hombre candoroso e inocente me hacía vibrar todas las fibras y me penetraba hasta la medula de los huesos.

Al cabo de poco tiempo una voz fresca de barítono entonó con pausa las primeras notas graves de uno de los cantos del país. Laura dejó reposar el lápiz: le parecía conocer aquella voz y aquel canto. Sintió vibrar en su corazón los ecos perdidos de aquella balada triste y monótona como todas las que resuenan en los valles del Norte.

Luchad como valientes, Porque do quier que vayais, Como á traidores viles El mundo escupirá; Luchad, que defendemos El último baluarte, Donde salvar podremos La gloria y el hogar. ¡Al arma! Al arma! Al arma! Y el grito repetido Haga vibrar las almas Con súbita emocion, Y en torno de la hoguera Que brilla moribunda, Encienda sus antorchas Del pueblo la legion.

Por grandes que fueron las precauciones tomadas para no hacer ruido de dinero al contar veinte duros en plata, algún leve tin tin hubo de vibrar en la habitación y extenderse por la casa en ondas tenues hasta llegar al sutil oído de Bringas.

Al fin, Clementina, que principió por mostrarse desdeñosa y luego indiferente a aquel cariño, que pasaba horas y horas encerrada en su cuarto y sólo iba a las habitaciones de su madrastra cuando la llamaba, que no tenía jamás con ésta una expansión viviendo en absoluta reserva, sucumbió repentinamente; sintió vibrar en su corazón ese algo maravilloso que une a las criaturas humanas como a todos los cuerpos del Universo.

Dormí mal; mejor dicho, no dormí. Los relojes de las torres hacían vibrar sus campanas cada cuarto o cada media hora, todos con distinto timbre; ni uno solo recordaba el de la rústica iglesia de Villanueva tan reconocible por su ronco sonido. De pronto percibíase rumor de pasos en la calle.

Los quince días que había desempeñado el gobierno de Tarragona, por ausencia del gobernador y enfermedad del secretario, eran la edad de oro de la existencia de don Peregrín, el período dulce y poético cuyo recuerdo hacía vibrar siempre su corazón. ¡Cuántos sucesos en aquellos quince días! ¡Cuántas imágenes brillantes de gloria y poder surgían en su mente al pensar en ellos!

La aurora divina, escalando las alturas de la sierra lejana, cruzando con vuelo raudo la llanura, levantaba con sus rosados dedos las cortinillas del carruaje y esparcía una tenue y discreta claridad, sin que él hubiese dejado de pensar en su dicha. Esperancita abrió los ojos y le dirigió una tierna sonrisa de amor, que hizo vibrar hasta las últimas cuerdas de su alma poética.

El canasto fue rodando de mano en mano. Las damas, interesadísimas, palpitantes de emoción, depositaban tiernos besos en las mejillas del recién nacido, de tal modo que al instante consiguieron despertarlo. De aquel montoncito de carne rosada salió un débil gemido que hizo vibrar de lástima a todos los corazones. Algunas señoras vertieron lágrimas.