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Actualizado: 14 de julio de 2025
Dejó caer el paquete al suelo y dirigió la vista a lo lejos, a los confines del horizonte. Clementina deshizo el paquete. Después de echar una ojeada de curiosidad a sus cartas, esmeradamente conservadas en los sobres, hizo con ellas un montoncito. Aguardó un instante a que Raimundo volviese la cabeza, y viendo que no lo hacía, le dijo: Dame un fósforo.
A veces, un montoncito de lirios le cortaba el paso, y se veía precisada a saltar sobre ellos; otras, un rododendro extendía sus ramas para abrazar a la camelia de enfrente y formaba bóveda tan baja que necesitaba doblarse mucho para pasar. Antes de llegar creyó sentir leve rumor de voces. Quedó inmóvil y esperó algunos instantes. Volvió a percibirlo y se dirigió hacia el sitio de donde partía.
El joven sacó el fósforo y se lo entregó encendido, con el mismo silencio. Volvió de nuevo la cabeza y siguió mirando fijamente el horizonte, mientras Clementina pegaba fuego al montón de cartas y las veía arder poco a poco. Tardaron algunos momentos en consumirse: necesitaba arreglar con sus manos enguantadas el montoncito para que el fuego no se apagase.
Otro gran nombre es Reynot. Por su elegante gabinete han pasado los gabanes más mugrientos, los chapeos más abollados, los zapatos más ruinosos. Reynot siente una gran satisfacción protegiendo las letras patrias... con un montoncito de perras gordas. Su tiempo precioso ha estado dividido entre la filantropía literaria y el servicio de incendios.
Aquella multa era una amenaza para el calzado de sus hijos; iba á llevarse el montoncito de ochavos recogido por Teresa para comprar alpargatas nuevas á los pequeños. Al pasar frente á la taberna, se ocultó Pimentó con la excusa de llenar el porrón, y sus amigos fingieron no ver á Batiste. Su aspecto de hombre resuelto á todo imponía respeto á los enemigos.
La puerta estaba entreabierta, y entraron... En el cuarto de estudio, todo en su sitio: los libros sobre la mesa, un montoncito de papeles rotos sobre la carpeta... En el dormitorio, nada ni nadie: la colcha de la cama revuelta, como que el cuarto estaba sin aviar, según propia confesión de Pampa, a quien el niño había dicho que ya no hacía falta.
El canasto fue rodando de mano en mano. Las damas, interesadísimas, palpitantes de emoción, depositaban tiernos besos en las mejillas del recién nacido, de tal modo que al instante consiguieron despertarlo. De aquel montoncito de carne rosada salió un débil gemido que hizo vibrar de lástima a todos los corazones. Algunas señoras vertieron lágrimas.
Allí era donde más intolerable resultaba el olor de alcohol. Parecían impregnados de él los alientos y la ropa de toda la gente. Vió Batiste á Pimentó y á sus contrincantes sentados en taburetes de fuerte madera de algarrobo, con los naipes ante los ojos, el jarro de aguardiente al alcance de una mano y sobre el cinc el montoncito de granos de maíz que equivalía á los tantos del juego.
Palabra del Dia
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