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La luz del sol bañaba todo un lado; la sombra de las columnas cortaba oblicuamente los grandes cuadros de oro que cubrían las baldosas. Un silencio augusto, la calma santa de la catedral, penetraba en el agitador como dulce narcótico. Los siete siglos adheridos a aquellas piedras parecían envolverle como otros tantos velos que le aislaban del resto del mundo.

La blancura de su cutis se delataba al avanzar un brazo fuera de la manga ó al entreabrirse el escote; pero esta blancura estaba borrada en el rostro por una máscara rojiza. Su belleza vigorosa arrostraba sin miedo el sol y el hálito del mar. Un triángulo escarlata cortaba la dulce curva de su pecho, marcando el escote del vestido.

Hacian entretanto pomposas ceremonias á la muerte de un tigre, creyendo que de este modo se mantendrian siempre en la gracia del Dios de estos animales. Cada indio daba principio á un largo ayuno, se cortaba una parte del cabello, y permanecia muchos dias sin traspasar el umbral de su habitacion.

Pues un hacha encantada, que cortaba sola, y estaba echando abajo un pino muy recio. Buenos días, señora hacha dijo Meñique; ¿no está cansada de cortar tan solita ese árbol tan viejo? Hace muchos años, hijo mío, que estoy esperando por ti respondió el hacha. Pues aquí me tiene dijo Meñique.

Soledad no se mostraba ni alegre ni lisonjeada por esta charla arrulladora. Guardaba silencio, según su costumbre. Cuando le parecía que se dilataba demasiado ó se excedían en ella, la cortaba bruscamente. Sin embargo, las comadres no podían explicarse aquella súbita mutación de un modo natural. Para ellas fué indiscutible pronto que Soledad había apelado á las artes mágicas para lograrla.

El dependiente principal, que le conocía bien, un jerezano muy chistoso, decía del señor Cepeda que se pasaba el tiempo cortando papeles para llevarlos al retrete, o haciendo punta a los lápices lo más despacio posible para obtener el gusto de aparecer ante su familia como atareado. Hasta en eso era mezquino, porque hacía las puntas de los lápices cortas y cortaba los papeles pequeños.

Los que habitan todavía la América, retrocediendo y huyendo siempre, no tienen ánimo para ninguna empresa. No ha mucho que un viajero encontró uno de esos animalillos que, tierra adentro, muy adentro, hacia los altos lagos, emprendía de nuevo, si bien con timidez, su oficio, quería fabricar el hogar de la familia, cortaba madera.

Á todo esto, D. Primitivo había sacado de las profundidades de su gabán una enorme podadera, y prodigaba minuciosos cuidados á los manzanos, hacia los cuales se sentía atraído por simpatía irresistible. Aquí le cortaba un renuevo á uno, más allá le quitaba un caracol á otro, en otra parte levantaba un rodrigón que se había caído, etc., etc.

La fiebre levantina enloquecía a los nietos de los rífenos, y eran muchos los que, con la blusa chamuscada, sacudiéndose la lluvia de pavesas, corrían siguiendo la marcha del fuego, deteniéndose para silbar al pirotécnico cuando la traca se cortaba, apagándose por algunos segundos.

Cuando cesaban estos rumores de vida, tornaba a extenderse con religiosa majestad el silencio del campo, rasgado tenuemente por el arrullo de las palomas o el lejano campanilleo de una recua, deslizándose por la carretera que cortaba la inmensidad de tierras amarillas, como un río de polvo.