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Era el acopio cuotidiano de la Vega y de las dehesas de los contornos, acudiendo a la ciudad por aquel puente vertiginoso que el sol matinal sobredoraba. Era toda la serna, toda la nava, toda la sizla con sus olores rústicos, sus balidos, su campanilleo, sus cantares. A veces, por unos pocos ochavos, el joven avilés tomaba de los cestos algunas uvas de Mozamboroz o Ajofrín, enfriadas por el rocío.

En la última línea del horizonte, bajo la inmensidad azul, se destacaban las cumbres violáceas de la sierra, oíase a lo lejos acompasado y lento el campanilleo de una recua, y una bandada de golondrinas, piando alegremente, volaba en torno de los murallones de un castillo ruinoso que parecía perdido y olvidado en la extensa soledad del llano.

Sobre la fábrica de electricidad, a la derecha, se eleva un nimbo blanco del humo en que el resplandor refleja. Y los grandes focos, orlando las líneas de los desnudos árboles, arrojan una pálida claror, difusa, matizada, turbia. El tren va a partir. Chirrían las carretillas y diablas; suena un campanilleo persistente, largo, apremiante; vocea con voz plañidera un vendedor de periódicos.

Como flotantes en el ancho espacio, se oyen sonidos que la distancia debilita: el campanilleo tembloroso del andar de la recua, el cántico semisalvaje del gañán, o el cansado voltear de alguna esquila de torre perdida en la soledad de la planicie....

Cuando cesaban estos rumores de vida, tornaba a extenderse con religiosa majestad el silencio del campo, rasgado tenuemente por el arrullo de las palomas o el lejano campanilleo de una recua, deslizándose por la carretera que cortaba la inmensidad de tierras amarillas, como un río de polvo.

El melancólico campanilleo sonaba ahora junto á él, y empezaron á pasar por el camino bultos informes que su vista turbia por las lágrimas no acertaba á definir. Sintió que le tocaban con la punta de un palo; y levantando la cabeza, vio una escueta figura, una especie de espectro que se inclinaba hacia él. Reconoció al tío Tomba: el único de la huerta á quien no debía ningún pesar.

, señor... pero en este momento va a decir misa. Si usted quiere oírla, puede subir después a su cuarto. Con mucho gusto repliqué. Retirose de la ventana, y acto continuo sonó un campanilleo de llaves y la puerta se abrió con ruido de cerrojos que se corren. Pase. Cerró otra vez con llave y me dijo: Venga usted conmigo.

En el largo trecho comprendido entre la plaza de Antón Martín y la fuente de la Alcachofa, apenas transitaba gente; los balcones estaban cerrados, como si el sol y la fiesta hubieran arrancado a todo el mundo de su casa; no se oían más ruidos que el lento campanilleo de algún carro y el silbar entrecortado y rápido de las locomotoras que maniobraban en la estación del Mediodía.

Nuestros vecinos de los demás cenadores debían de haber alcanzado el mismo grado feliz de temperatura. No se oían más que gritos descompasados, campanilleo de copas, carcajadas groseras y blasfemias. El conde no se había dado por satisfecho con la victoria alcanzada sobre el inglés.

No insistí más que en las escaramuzas. En una de ellas, mientras esperábamos un convoy enemigo ocultos en un bosque de robles, sentí cierto campanilleo extraño y temeroso. Eran las espuelas de los soldados de caballería, que chocaban, por el temblor de las piernas, con las vainas de los sables. ¿Cómo por el temblor? Yo pensé que los valientes voluntarios del rey no temblaban jamás. ¡Oh!