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Por una puerta de cuarterones, apolillada, con la cerradura roñosa, se salía a una galería llena de nidos de murciélagos y de golondrinas. Al final había una bóveda con ventanas pequeñas en las gruesas paredes. Esta bóveda estaba ocupada por varios bustos de personajes antiguos, mutilados, y por una serie de relojes de pared de todos los tamaños, parados y la mayoría rotos.

Sonaban á lo lejos, como una tela que se rasga, los escopetazos contra las bandas de golondrinas que volaban á un lado y á otro en contradanza caprichosa, silbando agudamente, como si rayasen con sus alas el cristal azul del cielo; zumbaban sobre las acequias las nubes de mosquitos casi invisibles, y en una alquería verde, bajo el añoso emparrado, agitábanse como una amalgama de colores faldas floreadas, pañuelos vistosos.

Algunas forman grupo sentadas al pie del tronco de un roble y se cuentan en voz baja como suave gorjeo mil puerilidades encantadoras; otras se entregan apasionadamente a la busca de florecillas azules y hacen con ellas ramilletes que colocan en el pecho; otras se persiguen, como las golondrinas en el aire, con chillidos penetrantes.

Ya sabrá usted la continuación por los periódicos y por la carta adjunta que los oficiales de la Náyade se han tomado la molestia de enviarme. Lamento sinceramente la muerte del mandarín Gu-Ly. Si viviese aún, le aseguraría un plato de nidos de golondrinas para el resto de sus días.

Luisa amaba con pasión el campo, los jardines y las flores. Al llegar la primavera, los primeros cantos de la alondra le hacían derramar lágrimas de ternura. Luisa iba a ver brotar los azulejos y las espinas tras los zarzales del monte, y espiaba la vuelta de las golondrinas que anidaban en un ángulo de la ventana de su buhardilla.

Desde el punto que se les leyó la sentencia, jamás han sido vistas en esta santa iglesia, siendo sus techos tan á propósito para sus nidos. ¡Oh dichosos tiempos en que se celaba el ruido que se hacia, porque no perturbase á los ministros de Dios en los divinos oficiosEste hecho en parecerá ridículo á los que solo miran la superficie de las cosas: ¡emplear las armas espirituales contra las golondrinas! ¡qué disparate!

Tales fueron las impresiones que yo experimenté en día semejante y que me inspiraron las siguientes estrofas: ¡Oh! Cuando toca la campana lentamente. Esparciendo sobre el valle su voz parecida a un gemido. Diríase que es la mano de un ángel quien la mueve. Y que entre la brisa nocturna, derrama sobre la tierra cuanto en él hay de divino. Cuando huyen del campanario las negras golondrinas.

El fenómeno que ofrecían Serafina, Julio y Gaetano, era tan admirable como si las golondrinas se hubieran quedado a pasar un invierno entre nieve. Sólo que de las golondrinas no se hubiera hecho comidilla para decir que las alimentaban los gorriones, por ejemplo. Y de la larga estancia de los cómicos, contratados unas temporadas, otras no, se decían horrores.

Vimos en nuestro camino infelices bestezuelas, muertas por un extraviado perdigón de plomo y sirviendo de pasto a las hormigas; musgaños con el hocico lleno de polvo, picazas, golondrinas derribadas al vuelo, tendidas de espaldas y levantando sus yertas patitas hacia el cielo, de donde descendía la noche precipitadamente, como suele en otoño, clara, fría y húmeda.

Sucédeles con frecuencia á los que perciben con mucha presteza, no hacer mas que desflorar el objeto; son como las golondrinas, que deslizándose velozmente sobre la superficie de un estanque, solo pueden coger los insectos que sobrenadan; miéntras otras aves que se sumergen enteramente ó posan sobre el agua, y con el pico calan muy adentro, hacen servir á su alimento hasta lo que se oculta en el fondo.