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Los dos pequeños, satisfechos en el fondo de una desgracia que atraía sobre la barraca la atención de toda la vega, guardaban la puerta, cerrando el paso á los chicos que, como bandadas de gorriones, llegaban por caminos y sendas con la malsana y excitada curiosidad de ver al muertecito. Ahora llegaba la suya: ahora eran los amos.

Sobre la rota techumbre de paja, si algo se veía era el revoloteo de alas negras y traidoras, plumajes fúnebres de cuervos y milanos, que al agitarse hacían enmudecer los árboles cargados de gozosos aleteos y juguetones piídos, quedando silenciosa la huerta, como si no hubiese gorriones en media legua á la redonda.

Escuchaba vagamente el alegre murmullo de una bandada de gorriones que saludaban el amanecer de una bella mañana de primavera. Salió bruscamente de su contemplación para ir a presidir, como tenía por costumbre, el levantarse de su hijo y su arreglo matinal. Prolongó aquellos cuidados lo más posible, tratando de hacerse la ilusión de un estado de cosas regular y tranquilo.

Porque has de saber respondió la niña: Que en el monte Calvario las golondrinas le quitaron a Cristo las cinco espinas. En el monte Calvario los jilgueritos le quitaron a Cristo los tres clavitos. Y los gorriones, ¿qué hacían? preguntó Anís. Los gorriones respondió su hermana , nunca he sabido que hicieran más que comer y pelearse.

El otro día cogieron los hijos del aperador de mi padre un nido de gorriones, y al ver yo los pajarillos sin plumas aún y violentamente separados de la madre cariñosa, sentí suma angustia, y, lo confieso, se me saltaron las lágrimas.

En los rojizos surcos saltaban las alondras con la alegría de vivir un día más, y los traviesos gorriones, posándose en las ventanas todavía cerradas, picoteaban las maderas, diciendo á los de adentro con su chillido de vagabundos acostumbrados á vivir de gorra: «¡Arriba, perezosos! ¡A trabajar la tierra, para que comamos nosotros!...»

Y levantándose por el aire, parecieron cohetes voladores, y los dichos alguaciles, capados de varas, pedían a los gorriones «¡Favor a la justicia!» , quedándose suspensos y atribuyendo la agilidad de los nuevos volatines a sueño, haciendo tan alta punta los dos halcones, salvando a Guadalcázar, del ilustre Marqués de este título, del claro apellido de los Córdovas, que dieron sobre el rollo de

Cuando andaba tenía un aire marcial, al par que gracioso; corría como un gamo; tiraba pedradas con tanto tino que mataba los gorriones, y de un brinco se plantaba sobre el lomo del mulo más resabiado o del potro más cerril.

Me metí en la cama respetando tu ausencia, tu sueño o lo que fuere; dormí como un lirón, y por la mañana me despertó el piar de los gorriones, cosa que me produjo la ilusión de que estaba aún en el campo; así, que abrí los ojos creyendo ver el verdor, las flores y los pájaros y me quedé sorprendido cuando me encontré, con que desde mi cuarto vi todo eso.

Para los ojos, todo era paz en el huerto conventual; para el oído, la querellosa algarabía de los gorriones vespertinos. Belarmino se sentaba al pie de las tapias y contemplaba las praderas, de velludo amarillento, que vahaban un aliento tenue y opalino. También él tenía un alma rasa y suave de pradera, esfumada en neblina.