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¿Sabéis que esta tarde se bate Alvaro Luna? dijo uno cuando ya iban hastiados de los dimes y diretes del concejal y Cobo. Eso me han dicho respondió Pepe Castro cerrando los ojos con voluptuosidad, mientras chupaba el cigarro . En el jardín de Escalona, ¿verdad? Creo que . ¿A sable? A sable. Vamos, un chirlo más manifestó León Guzmán desde su asiento. Con punta. ¡Oh! ya es otra cosa.

Oyó que don Álvaro se despedía con una voz temblona y muy humilde. ¿Irá usted al teatro? No, de fijo no contestó la Regenta, cerrando detrás de la puerta y entrando en el patio. A las ocho en punto, la berlina de la Marquesa venía arrancando chispas por las mal empedradas calles de la Encimada; llegaba a la Plaza Nueva y se detenía delante del caserón arrinconado.

Le hallé recogiendo cantos del suelo y cerrando con ellos el boquete de un «morio» que se había desmoronado por allí. Trabajaba con gran parsimonia, y pujaba mucho, sin quitar la pipa de su boca, a cada esfuerzo que hacía, porque ya era viejo. Me saludó muy risueño al verme a su lado, y hasta me llamó por mi nombre, «señor don Marcelo».

Los gritos de los perseguidores avisaban á las gentes que seguían trabajando á lo lejos, sin comprender la alarma. Quedó de pronto el fugitivo entre un semicírculo cóncavo de hombres que le aguardaban á pie firme y un semicírculo convexo que seguía sus pasos con ondulante persecución. Se juntaron las dos multitudes cerrando sus extremos, y el espía quedó prisionero.

Suspiró, y cerrando los puños se hincaba las uñas en las palmas. ¡Oh, Ricardo! exclamó ella acentuando aquel inusitado tono de queja. Experimentó Muñoz un halago indecible. Sólo una vez, en otro tiempo, le había llamado por su nombre.

D. César comenzó por sonreir con extraña benevolencia. Sus ojos pequeños se hicieron más pequeños aún y brillaron dulcemente; su nariz aquilina enrojeció súbito; sus labios finos se plegaron con ironía clásica. Y al cabo, extendiendo la mano, echando atrás la cabeza y cerrando sus ojillos, profirió con pausa académica: Ignoro, señores míos todos y muy queridos amigos algunos, si esos que llamáis progresos industriales van tan estrechamente unidos á la causa de la civilización como os complacéis en suponer. El genio del hombre, excitado por la necesidad é irritado por los obstáculos, se arroja á la conquista de la tierra y descubriendo sus secretos los utiliza para su alivio. Mas con frecuencia ¡oh amigos y señores míos! va más allá de lo que le dicta la santa naturaleza.

Dios proveerá. Adiós, y déjame ya sola. El ama no tuvo más remedio que irse. Besó a su niña, y recomendándole que apagase pronto la luz y se durmiese, se salió del cuarto, cerrando cuidadosamente la puerta.

Encontró Cervantes a la ilustre tía Zarandaja apercibiéndose a cerrar su bodegón, que según las ordenanzas, estos tales a la oración se cerraban. Dio entrada con mil amores la vieja al gallardo soldado, y cerrando la puerta, díjole: Ya me temía que no vinierais, y sentíalo, porque en verdad, que muchas y muy importantes cosas que decir a vuestra merced tengo.

Desde el centro de la citada plaza se ofrece un cuadro muy pintoresco: el caudaloso rio, que salva un elegante puente de piedra de cinco arcos, al fin del cual, y dando frente, se levanta la iglesia de la Gran Madre di Dio, con su esbelta cupulita por corona, y un humilde peristilo con columnatas por frente: á derecha é izquierda y cerrando el horizonte, artísticas montañas, vestidas pomposamente de verdura.

Una verja rematada por jarrones del siglo XVIII se extendía ante la portada, cerrando un atrio de anchas losas, en el cual verificábanse en otros tiempos las aparatosas recepciones del cabildo y admiraba la muchedumbre los gigantones en días de gran fiesta.