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Actualizado: 23 de junio de 2025


Y como Freya, en vez de marcharse, se dejaba caer de nuevo en el diván con un desaliento que parecía desafiar su cólera, fué él quien huyó para dar fin á la entrevista. Se introdujo en su camarote, cerrando la puerta de golpe. Esta fuga la sacó á ella de su inercia.

El enano huyó también dando gritos, y a poco la servidumbre entera del palacio corría por todas partes azorada, abriendo y cerrando puertas, e infundiendo la alarma por todo el vecindario.

Tembló toda. ¿Entra? ¿Sale? ¡Juan! ¡allí Juan! ¡Juan así! Se clavó los dientes en el labio, y los dejó clavados en él. Volvió la espalda, se entró por el corredor que iba a su habitación; a Sol que fue corriendo detrás de ella: «¡Vete! ¡vete!», y entró en su cuarto, cerrando tras de con llave la puerta.

Figuraba la traza ciento veinte piés de altura sobre los ciento cinco que tenia la torre, aumentando el grueso de los muros desde los cimientos por la parte esterior hasta los sesenta piés, y cerrando como caja lo antiguo del alminar que podia conservarse.

Con los fusiles y los pies empujaron los cadáveres, todavía calientes, que dejaban á cada volteo un rastro de sangre. Apenas quedó abierto algo de espacio entre ellos y el muro, pasó adelante el vehículo... Un crujido, un salto. Las ruedas de atrás habían aplastado un obstáculo frágil. Desnoyers continuaba en su asiento, encogido, estupefacto, cerrando los ojos.

Tomóla entonces la dama de la mano y entró con ella en el cuarto de Diógenes; púsola sobre la cama sin decir palabra, y salió de la estancia, cerrando la puerta.

Entonces fue Nieves quien se inmutó, y no poco; pero se repuso al instante, y dijo a Leto en el mismo son de broma que antes y cerrando el álbum: Pero, hombre, ¿cómo puede ser eso, si el clavel quedó allí y nosotros continuamos andando?... Es verdad respondió Leto sin perder una chispa de su ardimiento ; pero volví yo por él en cuanto me despedí de ustedes en la botica, después del paseo.

Sobre la cabecera de su cama colgaba un crucifijo labrado en marfil. Había en la habitación dos cuadros cuyo asunto era triste. Uno de ellos, titulado "L'Oubliée", figuraba dos amantes que se besaban cerrando los ojos mientras la muerte, un fantasma vago, invisible para ellos, se acercaba a contemplarles.

Recetó; censuró también a don Víctor por su intempestiva ausencia; dijo que un loco hacía ciento; que Frígilis sabía tanto de darwinismo como él de herrar moscas; dio dos palmaditas en la cara a la Regenta, complaciéndose en el contacto; y cerrando puertas con estrépito salió, no sin despedirse hasta mañana temprano, desde lejos.

Todo va bien dijo Sarto, a tiempo que su criado tomaba mi mano para besarla. ¡El Rey está herido! exclamó. No es nada dije desmontando. Me lastimé el dedo cerrando una puerta. Y sobre todo silencio dijo Sarto; aunque a ti, mi buen Freiler, es casi inútil recomendártelo. El interpelado se encogió de hombros.

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