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Actualizado: 27 de mayo de 2025


En un cajón de su escritorio estaba en un cuadrito la estampa de la Virgen de Regla que el día de su marcha le había regalado su madre; púsola en pie, delante de , apoyada en el tintero, y comenzó a escribir, a escribir, y se llevó dos horas escribiendo... Estaba contentísimo; sus negocios marchaban muy bien, y la Restauración era cosa segura. La condesa de Albornoz...

Hízolo así el poeta, y púsola cual no digan dueñas, y ella quedó satisfecha, por verse con fama, aunque infame.

Al cabo vió el morador de Saturno una cosa imperceptible que se meneaba entre dos aguas en el mar Báltico, y era una ballena: púsola bonitamente encima del dedo, y colocándola en la uña del pulgar, se la enseñó al Sirio, que por la segunda vez se echó á reir de la enorme pequeñez de los moradores de nuestro globo.

Tomóla entonces la dama de la mano y entró con ella en el cuarto de Diógenes; púsola sobre la cama sin decir palabra, y salió de la estancia, cerrando la puerta.

Lucía, que caída la labor en el regazo escuchaba con vida y alma, púsola toda en sus ojos para preguntar, mudamente, algo a Sardiola.

Llegó a la N de palo, puso el un pie en la escalera, no subió a gatas ni despacio y viendo un escalón hendido, volvióse a la justicia y dijo que mandase aderezar aquel para otro, que no todos tenían su hígado. No os sabré encarecer cuán bien pareció a todos. Sentóse arriba, tiró las arrugas de la ropa atrás, tomó la soga y púsola en la nuez.

Y púsola en un poyo. Estaba yo con esto desvanecido y hecho dueño de la venta. Dijo una de las mujeres: ¡Qué buen talle de caballero! ¿Y va a estudiar? ¿Es V. Md. su criado? Yo respondí, creyendo que era así como lo decían, que yo y el otro lo éramos.

Sacó todas cuantas había y en su lugar puso piedras, palos y lo que halló, y encima dos o tres yesones y un tarazón de teja. Cerró la caja y púsola donde estaba, y dijo: -Pues aún no basta, que bota tiene el viejo. Sacóla el vino y desenfundando una almohada de nuestro coche, después de haber echado un poco de vino debajo, se la llenó de lana y estopa, y la cerró.

La Esfinge tomó la tarjeta, púsola a conveniente luz, y clavó en el retrato la vista a través de sus anteojos, con una fijeza tan inalterable y dura, que Ángel hubiera jurado que le hacía daño en el pecho y que por eso latía su corazón tan desacompasadamente.

A las siete hallábase aún bastante entero, y dando una gran voz de repente, llamó a Monina... La marquesa hizo traer a la niña y púsola, como por la mañana, frente a él, encima del lecho; la inocente criatura agarrábase asustada al cuello de su abuela y miraba al enfermo con los ojos muy abiertos, sorprendida y silenciosa, sin atreverse a llorar.

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