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Su crueldad fue efecto de la exasperación; pero tuvo tacto mental, carácter enérgico y un corazón que sabía amar. Stein, con la cabeza apoyada en las manos, recreaba sus miradas en el magnífico espectáculo que ante ellas se desenvolvía y respiraba con deleite aquella pura y balsámica atmósfera.

Currita bajó las escaleras apoyada en el brazo de Butrón, encontrando al pie de su berlina, preciosa monería, verdadero juguete forrado de raso azul con botones de terciopelo, que parecía el delicado estuche destinado a guardar una joya.

Pero, dígame, ¿cómo ocurrió la catástrofe? pregunté al patrón, quien con la cabeza apoyada en las manos, miraba la lumbre con aire pensativo. ¿Que cómo ocurrió la catástrofe? respondiome el bueno de Lionetti, suspirando con amargura. ¡Ah! señor, nadie del mundo pudiera decirlo.

Allá a lo lejos se oía el perpetuo sollozo de la represa, y chirriaban los carros cargados de tallos de maíz o ramaje de pino. Nucha escuchaba con atención, apoyada la barba en la mano. De tiempo en tiempo su seno se alzaba para suspirar. No era la primera vez que observaba Julián, desde el parto, gran tristeza en la señorita.

Cuando se paseaba por el jardín bajo los viejos naranjos, apoyada en el brazo de la vieja o arrastrando al pequeño Gómez, el conde la seguía de lejos, sin afectación, con un libro en la mano. No adoptaba los aires melancólicos de un enamorado, ni confiaba sus suspiros al viento. Más bien se le hubiera tomado por un padre indulgente que quiere vigilar a sus hijos sin intimidarlos en sus juegos.

Luego el tiempo cierra en lluvia; y , apoyada la frente en la vidriera del balcón, te aburres viendo la inmensa comba de agua que se desprende de las nubes.

»Sentí entonces escaparse de sus labios un tenue suspiro; su corazón no había cesado de latir... Vivía todavía. Abrí las ventanas, y un aire puro refrescó la habitación y logró reanimarle. Le hice respirar un pomo, y por fin abrió los ojos; mi nombre fue la primera palabra que pronunciaron sus labios, y levantó la cabeza, que tenía apoyada sobre mi pecho. »¿Dónde estoy? preguntó.

Al fin, una tarde pudo salir al jardín apoyada en el brazo de él. Miraba indiferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó la mano por la cabeza, y Alicia rompió en seguida en sollozos, echándole los brazos al cuello. Lloró largamente todo su espanto callado, redoblando el llanto a la menor tentativa de caricia.

Pocos días después se celebró la boda. El invierno se despedía con una rigurosa helada. El recuerdo de un dolor físico se mezcla aún hoy como sufrimiento ridículo, al sentimiento de mi pena. Apoyada Julia en mi brazo, la conduje todo lo largo de la iglesia, atestada de gente, según costumbre provinciana. Estaba pálida como un cadáver, temblorosa de frío y de emoción.

Se paró delante de , resaltando aún más su hermosa y trágica presencia, con su pequeña y blanca mano nerviosamente apoyada en el respaldo de una de las doradas sillas del salón, como buscando sostén en medio de su dolor. ¡Lo ! exclamó con voz cortada, cosa desconocida en ella, y sus ojos fijos en . para qué ha venido a verme, señor Greenwood.