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Su conciencia fue un campo raso sobre el que había soplado el vendaval. La última creencia, la postrera, que aún se mantenía erguida como un monolito en medio de ruinas, explicando el origen de la creación, se vino abajo. Luna se despidió de Dios como de un fantasma consolador que se interpone entre el hombre y la Naturaleza.

Tendida en los almohadones de raso, con aire distinguidísimo, paseaba la condesa de Albornoz su desvergüenza, dando la derecha a su amiga y pariente la marquesa de Valdivieso; vestían entre las dos primas los colores nacionales: traje amarillo con mantilla negra la de Albornoz; rojo con mantilla blanca la de Valdivieso, y grandes peinetas de carey una y otra, con ramos de claveles blancos y encarnados en la cabeza y en el pecho.

Casualidad sería; pero al sentarse quedó fuera de la fimbria de su bata medio piececito primorosamente calzado con una babucha de raso, muy escotada, sobre una media de seda azul con rayas blancas.

La diatriva es un poco fuerte, y aunque algo merecida, hace tiempo que le guardo rencor por la parte que me toca como soldado raso en la falange de poetas del Rio de la Plata, que ha divinizado hasta la desesperacion y el desencanto.

-Tan buenas -respondió Sancho-, que no tiene más que hacer vuesa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del Toboso, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa merced. ¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices, Sancho amigo? -dijo don Quijote-. Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas.

No tiene a mano sino un traje de baile y un peinador de muselina, babuchas con tacón y zapatos de baile de raso celeste. ¿Qué hacer? Despertar a su camarera, nunca se atrevería... y además el tiempo urge... ¡las cinco menos cuarto! El regimiento sale a las cinco.

Siéntese, sosiegue, tome algo; una taza de tila. Felicita se tendió, desmadejada, sobre un sofá; los ojos, dilatadísimos, clavados en el cielo raso. Telva. Señorita. Anda a ver cómo sigue. Señorita, si acabo de venir de allí.... Obedece. Vete a ver cómo sigue. Pregunta todos los detalles. Telva se fué, refunfuñando.

El sol entraba en el salón amarillo y en el gabinete de la Marquesa por los anchos balcones abiertos de par en par; estaba convidado también, así como el vientecillo indiscreto que movía los flecos de los guardamalletas de raso, los cristales prismáticos de las arañas, y las hojas de los libros y periódicos esparcidos por el centro de la sala y las consolas.

Con los ojos fijos en el cielo raso, me pedía de cuando en cuando de beber; parecía no haber recuperado sus sentidos todavía. Pero yo saqué en secreto la carta de mi bolsillo y leí lo que transcribo aquí literalmente, pues he conservado cuidadosamente ese monumento del amor de una madre y de una hermana: «¡Mi hermano muy querido, mi muy querida cuñada!

Aun por lo que respecta al pais de los españoles, me parece está equivocado, haciendo la distancia entre Córdoba y Santa-Fé cuarenta leguas menos de lo que es en realidad. El camino es un campo raso, sin el menor ribazo entre estas dos ciudades; y sin embargo no hay correo que se atreva á ir de una á otra en menos de cuatro á cinco dias, andando en cada uno veinte ó mas leguas.