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Actualizado: 14 de julio de 2025


Recordó el caso triste que diera origen a la capilla de Santa Felicitas y todo un profundo pasado parecía asomarse desde la región del olvido, varias generaciones cuyos individuos se habían ido extinguiendo, con las ideas, los sentimientos y las costumbres sencillas de una época muerta; salones radiantes, grandes espejos de consolas doradas, furtivos mensajes de amor jamás develados, música de serenatas despertando la calle en el patriarcal silencio del barrio dormido.

Sobre las consolas, reflejándose en los espejos azulados y profundos, mezclábanse figuras policromas de santos y péndolas del siglo XVII con figuras mitológicas. La bóveda del techo estaba pintada al fresco, con una asamblea de dioses y diosas sentados en nubes.

Alrededor de los muros hay banquetas de la misma tapicería que cubre a estos, y cinco soberbias consolas de mármol y bronce sosteniendo candelabros y bustos de Isabel II y Francisco de Asís, Felipe V y Fernando VI.

«Esto es maravilloso decía . Vaya con las patitas de las consolas... ¡Qué elegancia de curvas! ¿Y esas cortinas con amorcillos y guirnaldas?... ¡Pero dónde llega el techo...! ¡María Santísima! Yo me estaría toda la vida mirando esas pastoras que dan brincos y esos niños que cabalgan en un cisne. Ha de convenir usted conmigo, Sr. D. José, en que hoy por hoy no se hacen más que mamarrachos.

Los muebles forrados de damasco amarillo, barnizados de blanco también, de un lujo anticuado, bonachón y simpático, reían a carcajadas, con sus contorsiones de madera retorcida, ora en curvas panzudas, ora en columnas salomónicas. Los brazos de las butacas parecían puestos en jarras, los pies de las consolas hacían piruetas.

Los sillones de oro y sedas estaban removidos, como recordando aún los corrillos de que fueron asiento; los cristales, velados por el polvo de una noche de continuo movimiento; olvidado sobre una butaca un abanico; las bujías de los candelabros, apuradas hasta gotear sobre el terciopelo y el mármol que cubría las consolas, habían hecho saltar con su llama espirante alguna de las arandelas de cristal.

El sol entraba en el salón amarillo y en el gabinete de la Marquesa por los anchos balcones abiertos de par en par; estaba convidado también, así como el vientecillo indiscreto que movía los flecos de los guardamalletas de raso, los cristales prismáticos de las arañas, y las hojas de los libros y periódicos esparcidos por el centro de la sala y las consolas.

Juanito tenía presente los enormes monos trepando por un tronco, con el lomo apelillado y calvo, y los pájaros vistosos, a quienes no se podía quitar el polvo sin que cayesen las plumas; adquisiciones de almoneda, que convertían en un arca de Noé el gran salón, con su techo al fresco, donde jugueteaban amorcillos descoloridos y macilentos por la pátina de un siglo entero, y con sus enormes consolas doradas sobre las cuales se ostentaban grupos de frutas contrahechas, uvas y melocotones, cuya cera perdía los vivos colores bajo la capa de los años.

Luchando entre su amor propio, que se resistía, y su cariño a Quilito, que la empujaba, llegó, y desde la esquina, miró la casa. ¡Cuántas veces había pasado por delante, la cabeza muy alta, orgullosa de poder proclamar con esta actitud, que no necesitaba de ellos, los Esteven! quién la hubiera dicho entonces... Vió ante la puerta dos carros de mudanza, y changadores que entraban y salían, y descargaban en la acera muebles, cuadros y estatuas; los sillones de brocatel, en medio de la calle, las consolas doradas y los vasos de ónix, producían singular efecto sobre la alfombra poco limpia del empedrado: era la casa de Esteven que se desmoronaba, el lujo arrojado a escobazos por la ruina, la soberbia insolente castigada por la justicia; aquellos rudos gañanes eran sus ejecutores inconscientes.

El tapicero protestó en tiempo oportuno; en el salón sentaba mal lo capitoné, según su dogma, pero la Marquesa se reía de estas imposiciones oficiales. En los demás muebles del salón, espejos, consolas, colgaduras, etc., se había pasado de lo que entendiera el mueblista por Regencia a la mezcla más escandalosa, según el capricho y las comodidades de la Marquesa.

Palabra del Dia

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