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Conocía a muchos actores y poetas, músicos y danzantes, pero nunca había hablado con una cómica, dama joven o graciosa, ni siquiera característica, a quienes ella se fingía poco menos que como criaturas extraordinarias, completamente felices, que no tenían tiempo de sufrir ni padecer, perpetuamente ocupadas en ser grandes señoras, reinas y hasta diosas, cuya misión única en el mundo consistía en escuchar frases bonitas y estar preparadas para raptos de esos que, según los casos, terminan en muerte violenta, o boda y perdón de padre bondadoso.

Le vi estremecerse con frecuencia, y llegó un momento en que fue tal su emoción, que tuvo que apoyarse contra un bastidor. Creí entonces adivinar que sentía una pasión desgraciada por alguna de aquellas diosas, pero su edad y su figura hacían poco verosímil semejante suposición.

No, Adela, no, a usted le está encantadora esa selva de ricitos: así pintaban en los cuadros de antes a los cupidos revoloteando sobre la frente de las diosas. No, Adela, no le hagas caso: esas frentes cubiertas, me dan miedo. Es que ya se piensan unas cosas, que las mujeres se cubren la frente de miedo de que se las vean. Oh, no, Ana: ¿qué han de pensar ustedes más que jazmines y claveles?

La única razón que tendrá para negar su existencia será que no logra cogerlos: que se sustraen a la inspección de sus groseros sentidos. Por lo demás, las ninfas, las diosas, todos los seres sobrenaturales, que poblaron el aire, la tierra y el agua en las primeras edades del mundo, pueden vivir y es probable que vivan ahora como entonces.

Bello pastor apacienta su rebaño en la fértil orilla de un río de aguas limpias y claras y al melodioso son de su flauta danzan en torno suyo las gopies, las apsaras y hasta Sarasvati y las otras diosas inmortales, humanadas y convertidas por él en lindas zagalas.

Keleffy viajaba por América, porque le habían dicho que en nuestro cielo del Sur lucen los astros como no lucen en ninguna otra parte del cielo, y porque le hablaban de unas flores nuestras, grandes como cabeza de mujer y blancas como la leche, que crecen en los países del Atlántico, y de unas anchas hojas que se crían en nuestra costa exuberante, y arrancan de la madre tierra y se tienden voluptuosamente sobre ella, como los brazos de una divinidad vestida de esmeraldas, que llamasen, perennemente abiertas, a los que no tienen miedo de amar los misterios y las diosas.

Parecía no tener edad, como las diosas o como las inmortales obras del arte. En sus expresivos y negros ojos ardía la llama de perdurable primavera y en sus mejillas tersas, sin el menor afeite, florecían las rosas de juventud sana, inmarcesible y sin término.

Con el ridículo espíritu de extranjerismo y de imitación que vive y reina añadió el general , y el pésimo gusto que los inspira y dirige. ¿Por qué no ha de decirse clara y castizamente embarazo o preñez, en lugar de esas ridículas y afectadas frases traducidas? Lo mismo hacéis que hacían los franceses en el siglo pasado cuando representaban con polvos y tontillos a las diosas del paganismo.

«Adórete el coro de las musas, concédate Apolo presidirlas, y mande Júpiter que en el Gran Consejo de los dioses te sientes á su lado en silla de oro, entre tus dos perpetuas compañeras Minerva y Venus, y aclamándote las gracias, las musas y las demás diosas. ¡Decid, vitor pæan

Veía además el apresuramiento de las mujeres, sus ojos de inquietud cuando se encontraban con el médico en un lugar solitario de la costa. Solamente la presencia del sobrino les hacía recobrar la tranquilidad y contener su paso. El mar le enloquecía de vez en cuando con una ráfaga de furor amoroso. Era Poseidón surgiendo inesperadamente en las riberas para voltear diosas y mortales.