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Era todo él brillante como el oro, y suave como la seda, y tenía los ojitos verdes y relucientes como dos esmeraldas cabochon. Tomóle de la mano Ratón Pérez, sin usar ya tantas ceremonias, y entróse con él, disparado como una bala, por un agujero que debajo de la cama y oculto por la alfombra había.

Nada más hermoso que el aspecto de aquel atol, con el lago central de aguas fosforescentes rodeado de un cinturón, que la vegetación de que estaba cubierto hacía parecer de esmeraldas. Al Norte y al Sur se destacaban dos líneas de escolleras, prolongándose muchas millas en la misma dirección. La mar estaba agitadísima en torno de aquel islote y de las escolleras.

El calzado de estos grandes dignatarios de la Iglesia y de las repúblicas era de telas tejidas con metales preciosos y recamados de las más ricas piedras: esmeraldas, rubíes, zafiros, diamantes del tamaño de nueces casi siempre. Tengo entendido que el Santo Padre todavía usa ese calzado los días que repican gordo.

En aquel momento el vapor entraba en la barra y el panorama que se estendía ante sus ojos era verdaderamente magnífico. Todos se sintieron impresionados. Delante se estendía el hermoso lago rodeado de verdes orillas y montañas azules como un espejo colosal con marco de esmeraldas y zafiros para mirarse en su luna el cielo.

Le veía montado en su elefante de parada, de largas gualdrapas de oro que barrían el suelo, escoltado por belicosos jinetes y esclavos portadores de braserillos con perfumes; el grueso turbante coronado de blancas plumas con piedras preciosas; el pecho cubierto de placas de brillantes; la cintura ceñida por una faja de esmeraldas, de la que pendía una cimitarra de oro; y en torno de él bayaderas de pintados ojos y duros senos, tigres domesticados, bosques de lanzas; y en último término pagodas de múltiples techos superpuestos, con campanillas que exhalaban misteriosas sinfonías al más leve soplo de la brisa, palacios de fresco misterio, espesuras verdes, en cuya penumbra saltaban y rampaban animales feroces y multicolores... ¡Ay, el ambiente!

Diéronles luego agua á manos en una palangana de oro, guarnecida de esmeraldas y rubíes; lleváronlos á acostar á un suntuoso aposento, y la mañana siguiente traxo el criado á cada uno una moneda de oro, y despues los despidiéron. El amo de esta casa, dixo Zadig en el camino, me parece que es hombre generoso, aunque algo altivo, y que exercita con nobleza la hospitalidad.

La salvaje soledad de las alturas contrastaba con la riqueza de la capilla del Ochavo, llena de reliquias en vasos de oro y arquillas de esmalte y marfil; con la magnificencia del Tesoro, que amontona las perlas y las esmeraldas con tanta profusión como si fuesen guijarros; con la elegante abundancia del guardarropa, lleno de telas sobre las cuales reproducía el bordado todos los matices de la pintura.

Al fin vinieron algunas vecinas entre parientes y amigas, unas más pobres que otras, á cual más sencillas y aspaventeras. La más lista de todas era Hermana Balî, una gran panguinguera que había estado en Manila para hacer ejercicios en el beaterio de la Compañía. Julî vendería todas sus alhajas menos un relicario de brillantes y esmeraldas que le había regalado Basilio.

Altos y elegantes chopos ceñían las bien cultivadas llanuras, verdes e iguales, a manera de un collar de esmeraldas. De entre el blanco y limpio caserío se destacaban las torres de los campanarios. Lucía se signaba al verlas. Al pasar por delante de Vitoria un recuerdo acudió a su mente. Se lo trajeron las largas alamedas que adornan y cercan la ciudad.

El sol penetraba por entre los mil intersticios de aquel encaje prodigioso, y nuestra viajera se vió vestida de hilos de cristal más tenues que los que tienden las arañas de rama en rama, y cubierta de diamantes, esmeraldas y rubíes que variaban de luces á cada movimiento, y tan menudos, que los granos de arena parecerían montañas á su lado.