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Sin preocuparse para nada de las parejas, ni de la magnificencia del salón en que se efectuaba el baile, las dos hablaban cerca de la chimenea. ¡Hablar en vez de bailar, a los quince o diez y seis años!... Forzosamente, la conversación tenía que ser interesantísima, y esta sola idea avivaba en el deseo de escucharla.

Sevilla, que es la primera de Andalucía y la segunda de España, reclamaba imperiosamente un edificio de esta clase que por su belleza, proporciones y magnificencia pudiese contener con decoro y comodidad al público que asiste á estas representaciones.

Una concha de nácar era su carroza, y seis delfines tiraban de ella con jaeces de purpúreo coral. Los tritones, sus hijos, llevaban las riendas. Las náyades, sus hermanas, golpeaban el mar con las escamosas colas, irguiendo sus troncos de mujer envueltos en la magnificencia de una cabellera verde, entre cuyos bucles asomaban las copas de los senos con una gota temblona en el vértice.

Las procesiones y fiestas religiosas de entonces recordaban, por su magnificencia y lujo, los tiempos del conde de Lemos. Los portales, con sus ochenta y cinco arcos, cuya fábrica se hizo con gasto de veinticinco mil pesos, el Cabildo y la galería de palacio fueron obras de esa época.

Pero en las bóvedas, allí donde la catedral estaba al término de su gestación, o sea dos siglos después de comenzada la obra, los ventanales, con sus ojivas multicolores, muestran la magnificencia de un arte en su período culminante.

Si Sevilla interesa durante el dia, por los caprichos de sus calles empedradas, estrechas y tortuosas, por el esplendor de sus casas modernas, sus hoteles y cafés, por la magnificencia de su plaza de toros, por la majestad ó el primor de sus monumentos, por su actividad industrial y mil circunstancias, durante la noche, á la doble luz de la luna de mayo y del gas de millares de faroles, tiene un encanto particular.

Un hombre de facciones expansivas y despejadas, de ademan suelto; de trato festivo, casi epigramático; de palabra fácil, aguda, algunas veces armoniosa; de carácter sencillo en apariencia, doble en el fondo; ingénuo para los demás; trascendental para sus fines; liberal para todos; más liberal para mismo; ojo de águila; suspicacia de mercader; galantería de cortesano; pompa de noble, boato de banquero; esplendidez de favorito, magnificencia de monarca; griego en la fantasía; asiático en el gusto; sibarita en sus aficiones, en sus hábitos, en sus placeres; sobre todo, negociante en sus cálculos inspirados, vastísimos, fecundos, inagotables, geométricos; negociante en su increible actividad, en su audacia maravillosa; mago, hechicero, adivino, zahorí y alquimista, en materia de sacar oro de los carbones, ese es D. José Salamanca.

La tierra, por la magnificencia de sus horizontes, las frescuras de sus bosques y la pureza de sus fuentes, ha sido y continúa siendo la gran educadora y no ha cesado de llamar á las naciones á la armonía y á la conquista de la libertad.

Si el salon de los Embajadores arrebata por su magnificencia y su cúpula soberbia, hace evocar mil historias y leyendas con los retratos al fresco de todos los reyes godos que se ostentan en la techumbre. Allí, en uno de los calabozos húmedos, sin aire ni luz alguna, sufrió su prision y su martirio esa mujer de tan célebre memoria.

Obispo D. Diego de Chueca, que dirigió la obra con la mayor magnificencia y tuvo el grato consuelo de consumarla y establecer las fundadoras que llevó de Zaragoza en 1660.