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El ingenio humano puede vencer a esa diosa meretriz que se llama la Fortuna. El alquimista tiene una llamita de ilusión en sus ojos, rojos de tejer y destejer las cifras: siniestra tela de Penélope que ha servido de sudario a tantos soñadores del número. Las matemáticas tienen tanta poesía como un bello soneto.

Un hombre de facciones expansivas y despejadas, de ademan suelto; de trato festivo, casi epigramático; de palabra fácil, aguda, algunas veces armoniosa; de carácter sencillo en apariencia, doble en el fondo; ingénuo para los demás; trascendental para sus fines; liberal para todos; más liberal para mismo; ojo de águila; suspicacia de mercader; galantería de cortesano; pompa de noble, boato de banquero; esplendidez de favorito, magnificencia de monarca; griego en la fantasía; asiático en el gusto; sibarita en sus aficiones, en sus hábitos, en sus placeres; sobre todo, negociante en sus cálculos inspirados, vastísimos, fecundos, inagotables, geométricos; negociante en su increible actividad, en su audacia maravillosa; mago, hechicero, adivino, zahorí y alquimista, en materia de sacar oro de los carbones, ese es D. José Salamanca.

Ahora que se alzan en España incontables capillas del Azar, no me negaréis que mi alquimista es un personaje de actualidad.

La pobreza amarga el amor, el arte no es buen camarada de la necesidad, a pesar de que se dice que el hambre aguza el ingenio. Además, nuestro alquimista sueña con obtener ganancias fabulosas que le permitan suprimir, en torno suyo, el dolor social. Comprende que el dinero, en los contratos humanos, es el espíritu del mal. Un filántropo rico e inteligente como él sería un nivelador.

Esto es, que damos cincuenta o sesenta botellas por una del mismo líquido, con la ligera modificación del alquimista o boticario. ¿Qué mar de vino, qué rió de aceite no tendrá que gastar cualquiera rica dama andaluza para comprar un vestido de casa de Worth? Pues ¿si la dama es de Almería y tiene que comprarse el vestido de Worth con el producto del esparto?

En lugar de arrojar materias químicas al hornillo infernal, hace números en una tarjeta, invocando a Butatar, que es la deidad del cálculo. Nuestro amigo ha escrito un libro para ganar infaliblemente a los juegos de azar. Nosotros le decimos que todo martingala se reduce a una combinación para perder con método. El alquimista sonríe: El azar no es una cosa diabólica.

No hayas miedo dijo el Cojuelo que se vea en eso aquel alquimista que está en aquel sótano con unos fuelles, inspirando una hornilla llena de lumbre, sobre la cual tiene un perol con mil variedades de ingredientes, muy presumido de acabar la piedra filosofal y hacer el oro; que ha diez años que anda en esta pretensión, por haber leído el arte de Reimundo Lulio y los autores químicos que hablan en este mismo imposible.

Vuestro perfume intenso de prostituta histérica, que incita al sacrilegio, lo anhela todo el mundo, desde el burgués intonso hasta el artista egregio, y desde el venerable que reza su responso y ornamenta sus dedos con aguas de amatista hasta el viejo eremita que entiende el sortilegio, conversa con los astros y es brujo y alquimista.

Aquel sillín de vaqueta, testigo mudo del paso de cien generaciones; aquellos cuadros viejos; los muebles de talla, exornados con figuras grotescas y de rarísima forma, daban á la decoración el aspecto do uno de esos destartalados laboratorios en que un alquimista se consumía devorado por la ciencia y las telarañas.

Y me leerá otro soneto corto, y después a dar saltos mortales para conquistar el camastro de esos hostales de la bohemia, figones de Satanás con manjares embrujados, que sólo se pueden ingerir cuando se poseen las hambres de doscientos poetas juntos. Nuestro amigo el alquimista NUESTRO amigo Aclayar es alquimista.