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Esto ya está visto. ¿Si fuésemos a visitar algo más interesante?... Su pasaje por las calderas fue breve; las hornallas en fila expelían un calor infernal. Asomáronse a un departamento negro, en el cual se agitaban varios hombres medio desnudos, con un gorrito blanco en la cabeza.

Aquel perfume de harapo lo respiraban muchas mujeres hermosas, unas fuertes, esbeltas, otras delicadas, dulces, pero todas mal vestidas, mal lavadas las más, mal peinadas algunas. El estrépito era infernal; todos hablaban a gritos, todos reían, unos silbaban, otros cantaban.

Habría deseado comprar todo o siquiera algo; pero ¿cómo, ¡Santo Dios!, en la situación apuradísima en que estaba, amenazada de un grave cataclismo doméstico? «Esto lo he traído para usted», le decía Sobrino con infernal amabilidad.

No es propio decir que hacía calor, porque esta frase, común al verano de todos los países europeos, es inexpresiva para indicar la espantosa inflamación de aquella atmósfera de Andalucía en el día infernal que presenció la batalla de Bailén.

¡Fuego! ¡Fuego! Sus voces se perdían, levantando el eco inútil de las ruinas y los cementerios. Su padre sonrió cruelmente. En vano llamaba. La huerta era sorda para ellos. Dentro de las blancas barracas había ojos que atisbaban curiosos por las rendijas, tal vez bocas que reían con un gozo infernal, pero ni una voz que dijera: «¡Aquí estoy

Las puertas que defienden la mansión del milagro, ya celestial, ya infernal, están cerradas para . Llamo a ellas y nadie me responde. La reacción del orgullo venía luego a levantar su espíritu y a elevarle al extremo contrario: al mayor grado de soberbia: Ningún demonio viene y me ayuda decía porque son inferiores a , porque no pueden darme lo que me falta, porque yo valgo más que ellos.

Pena infernal me causaba esta aparición trágica, pero me causaba a la vez tan inefable y sublime deleite, que mi alma toda se enfurecía de que fuese aquello ilusorio y vano y pugnaba aún por mantenerlo, al menos por recuerdo, como real y consistente. No; la causa de nuestro amor a la mujer no reside sólo en nuestro miserable cuerpo.

Don Alonso esperaba junto a la puerta, y, para distraer su emoción, desviaba por momentos los ojos hacia una extraña pintura suspendida del muro: loca apariencia, de zodíaco infernal, lleno de condenados y demonios. Aquel monarca no precisaba del aparato de los tronos.

Feliciana acogió con agrado esta prudente resolución, y envolvió en su pañuelo la pequeña fortuna, apretándola entre ambas manos con un mohín de mujer hacendosa dispuesta a defender el dinero. Después avanzaron los dos cuesta abajo, en el infernal estrépito del Rastro.

Entre tanto, el Mapono atizaba con rabia infernal á los suyos, y cerca de una hora estuvieron disparándole saetas sin causarle más daño que romperle el vestido; bien que al levantar en alto aquella santa imagen, le corrieron por los brazos extraños dolores y le impidieron el uso de ellos.