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La cara es insignificante, flacucha, inexpresiva, enteca, sin expresión en la mirada ni sonrisa en la boca: lo único bello son las manos, finas, aristocráticas. No se le ven a S. M. los pies que fuera falta de respeto.

Se rió con risa inexpresiva, y apoyó la cabeza en el brazo de un sofá. ¡Es que sufro tanto, tanto! Lucía fue a sentarse a su lado. Se sentía enternecida y llena de piedad. Charito, desesperada, frente a ella, murmuraba frases de condenación contra Adriana. Durante un buen rato, Lucía se quedó contemplando a Muñoz.

Tratando de medir el cariño que sentía por su amiga, Maximiliano hallaba pálida e inexpresiva la palabra querer, teniendo que recurrir a las novelas y a la poesía en busca del verbo amar, tan usado en los ejercicios gramaticales como olvidado en el lenguaje corriente. Y aun aquel verbo le parecía desabrido para expresar la dulzura y ardor de su cariño.

Amo la vida, porque temo la muerte. Amo el Arte, porque es la expresión más íntima y completa de la vida. Pongo el Arte sobre la Naturaleza, porque la Naturaleza, no sabiendo que de continuo se está muriendo, es una realidad inexpresiva y muerta. El árbol amarillo de otoño ignora que se muere; yo soy quien lo sabe, cuando en un cuadro perpetúo su agonía.

Los ojos de Tòni, cada vez más hinchados y vidriosos, acabaron por soltar una lágrima... ¡Separarse así después de una vida fraternal en la que los meses valían por años!... Avanzó tímidamente para apoderarse de una de las manos de Ferragut, blanda, desmayada, inexpresiva. Su frío contacto le hizo vacilar.

Era una mujer, y sus manos, que parecían desatadas desde aquella mañana dolorosa, iban a ella; su lengua libre, después de la vehemente confesión de amor a la puerta del huerto, hablaba ahora con ligereza, expresando una adoración que parecía resbalar sin huella alguna por la cara inexpresiva de Remedios, yendo lejos, muy lejos, donde permanecía oculta y ofendida la otra.

No es propio decir que hacía calor, porque esta frase, común al verano de todos los países europeos, es inexpresiva para indicar la espantosa inflamación de aquella atmósfera de Andalucía en el día infernal que presenció la batalla de Bailén.

¡Linda! repitió el otro. ¡Cuánto ruido! , mucho ruido asintió míster Hall, que hallaba no desprovistas de profundidad las observaciones de su visitante. Candiyú admiraba los nuevos discos: ¿Te costó mucho a usted, patrón? Costó... qué? Ese hablero... los mozos que cantan. La mirada turbia, inexpresiva e insistente de míster Hall, se aclaró. El contador comercial surgía.