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Avergonzábase de su propia estupefacción y de lo que había admirado en su casa como supremo lujo. «¡Lo que es la ignoransia!» Y al sentarse lo hizo con miedo, temiendo que la silla crujiese rota bajo su pesadumbre. La presencia de doña Sol le hizo olvidar estas reflexiones.

Agitóse ligeramente entre sus almohadones y continuó: En fin, tenga la bondad de sentarse, señor Odiot. Le agradezco infinito, señor, el que quiera consagrarnos su talento.

La anémica solía manifestar, al volver del paseo, el capricho de ir un rato a sentarse en los bancos del parque. Por lo regular, allí había gente, y alguno de los españoles de la colonia, conocidos de Perico o de Miranda, hacíase acaso el encontradizo, y las saludaba y dirigía algunas frases de ritual.

En la penumbra del cortinón medio recogido de la puerta de escape hacia el interior de la casa, aguardaba una persona, a la cual mandó entrar la marquesa un momento después de sentarse en el precioso sillón de su mesa de escribir.

El pobre Manolo se volvió hacia él, sudoroso, encendido, y le dijo con acento de reproche: Si te encontrases como yo, no te reirías, Rafael. ¡Tiene razón, tiene razón! exclamó la Amparo indignada .Vaya una gracia, burlarse de un amigo enfermo. Y para indemnizarle de aquel agravio le ayudó a sentarse en un diván, le limpió el sudor con su pañuelo y le dió unos cuantos besos.

Después de recoger el último suspiro de los moribundos, el gozo mayor del novel presbítero consistía en sentarse en el confesonario y esclarecer la conciencia de sus penitentes y conducirlos por el camino de la perfección. Pero este gozo fue decayendo al observar la pequeñez, la insignificancia de los sujetos que a su tribunal se acercaban.

Agotada la discusión política, míster Robert reanudó sus anotaciones en el libro mayor, y el joven fué a sentarse en el sofá, donde encendió un cigarro y se puso a leer de nuevo la carta de su prima.

Se entretenía en seguir con los ojos las espirales del humo de su cigarrillo; pero al ver que un invitado acababa de sentarse cerca de él, creyó necesario sonreirle, preguntando á continuación: ¿Se aburre usted mucho?... El español le miró fijamente antes de responder: ¿Y usted?...

Tenga la bondad de sentarse. Estará usted mejor. No, gracias; estoy bien así. Diga usted, ¿no es verdad que mi pobre Sacha no era un mal hombre? ¡Era un hombre excelente! exclamó con sincero acento Pomerantzev . Era el mejor de los hombres que he conocido. Claro es que tenía sus defectillos; pero... ¿quién no los tiene?

Tras esto Isidora cayó en la cuenta de que Mariano y ella habían de cenar aparte aquella noche, pues si el chico no podía sentarse a la mesa de los Relimpios, tampoco ella se sentaría por nada del mundo.