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Cuando Lorenzo se encontró sobre el tostado, exclamó: ¡Qué caballo tan ancho! Así es; , señor; es un poco «sillón» le contestó Baldomero, pero ignorando Lorenzo la acepción en que se empleaba esta palabra, dijo a su vez: ¿Sillón?... Esto parece más bien sofá... ¡me hace doler las piernas! Pero tiene buen andar, don Lorenzo; y a éste puede castigarlo sin asco. ¿Es muy lerdo?

Después de dedicar á esta operación una media hora, descansó algunos ratos, estirándose en el sofá de la sala. Por la mañana, entre nueve y diez, fue á la cobranza dominguera. Con el no comer y el mal dormir y la acerbísima pena que le destrozaba el alma, estaba el hombre mismamente del color de una aceituna.

No tuve el rigorismo de apagarlo; bendije los buenos corazones que hay en el mundo, me extendí luego en un viejo sofá de terciopelo de Utrecht, á quien los reveses de la fortuna han hecho pasar como á , del piso bajo á la buhardilla, y traté de dormitar.

»Te obedezco, Carlos dijo el anciano llorando. ¡No eres cruel y malo sino para !... ¡No me quejo! ¡tienes razón!... Pero llegará un día en que me hagas justicia... Adiós, pues, hasta el año próximo... ¿no es cierto? Adiós, Carlos, yo pediré a Dios por ti. »El extranjero salió, y Carlos dejose caer en un sofá conmovido y lleno de ira.

Se estremeció ligeramente y miró en torno. Después se lanzó hacia y asiéndome el brazo dijo: ¡No estés en pie! ¡No, siéntate! Estás herido. ¡Aquí, siéntate aquí! Me hizo sentar en el sofá y apoyó la mano en mi frente. ¡Cómo te arde la frente! dijo cayendo de rodillas a mi lado. Reclinó la cabeza sobre mi pecho y la murmurar: ¡Pobre amor mío! ¡Cómo te arde la frente!

Me parecía que al cerrarse iban a aplastarme sentí un deslumbramiento me arrinconé más profundamente en el sofá. Entonces me vinieron a la memoria los pensamientos que acariciaba desde hacía varios años: me representé cómo lo habría amado si yo hubiera sido Marta y cómo habría querido que él me correspondiera.

Después de tan satisfactoria conferencia, la señora de Aymaret volvió a su casa y se tendió en un sofá durmiéndose con sueño de justo. El día siguiente de estos sucesos era un lunes, y, por consecuencia, el de recepción en casa de Beatriz.

En las mesas de tresillo, nadie; en los veladores inmediatos, lo mismo; en el sofá de gutapercha jironeada y en las cuatro butacas contiguas a él, Maravillas y dos «chicos de la redacción», hablando u oyendo leer, muy por lo bajo, a uno de ellos unos papelucos.

Poco tenía que andar por ella para ir a su casa. Entró en esta con la cabeza baja, las cejas fruncidas. Su tía le dijo que Fortunata no había venido aún y que le esperarían para comer. Maxi ocupó su sitio en la mesa, doña Lupe le recogió el sombreo, y volviendo al poco rato, sentose en el sofá de paja; ambos esperaron un rato en silencio.

Está bien; ¡ya no saldría Pampa! Entró en el comedor, sin chistar, y puso la mesa con el orden y simetría de siempre: en la cabecera, el cubierto de don Pablo Aquiles; en el lado de la derecha, el de misia Casilda, y a la izquierda, el del niño; luego, los vasos, el pan, la servilleta... nada olvidaba, y si, por acaso, cometía una torpeza, allí estaba la muñeca de porcelana, vigilante en el sofá.