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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Luna se tendió en el sofá, abandonándose a la fatiga al verse solo, después de la larga espera ante la catedral. La vieja que servía a su hermano puso junto a él un jarrito de leche, llenando después un vaso. Gabriel bebió, haciendo esfuerzos por dominar los estremecimientos de su estómago enfermo, que pugnaba por expeler el líquido.
Decepcionada por este respeto, hizo girar el taburete del piano, y cesó la música. El guerrero estaba frente a ella hundido en el sofá, con una cerilla en la mano, intentando encender por cuarta vez el cigarro y abriendo desmesuradamente los ojos para defenderse del entorpecimiento de sus sentidos. Al verla fijos los ojos en él, Gallardo se puso de pie... ¡Ay! ¡el momento supremo iba a llegar!
¡Sí, sí; no ha sido mala guasa! ¡Maldita sea mi suerte! ¡Si cuando un día principia mal!... Tres mil duros de la fianza y cerca de once mil ahora.... ¡Pues señor, no ha sido mal empleada la mañana! Se levantó bruscamente del sofá y principió a dar vueltas por la estancia, presa de una agitación sorprendente en quien tantos millones poseía.
Todo era allí ausencia de honestidad; los muebles sin orden, en posturas inusitadas, parecían amotinados, amenazando contar a los sordos lo que sabían y callaban tantos años hacía. El sofá de ancho asiento amarillo, más prudente y con más experiencia que todo, callaba, conservando su puesto. Una ráfaga de viento apagó la última luz que alumbraba el cuadro solitario.
Se dejó caer en el rincón de un sofá y miró a la puerta, pues esperaba, en sus adentros, que Olga hubiera visto su coche a la entrada, y bajara para tenderle la mano. No tardó en impacientarse. ¿Y si Olga había ido a la granja? Pero no; ella sabía que él debía venir para hablar con sus padres. Por fin se decidió: «Voy a ir a llamar a su puerta,» y se levantó.
Franquearon la puerta de la casa, que estaba abierta. Y la del cuarto de la izquierda, ¡qué casualidad!, abierta también. Luego que pasaron, alguien cerró. En aquella morada reinaba una discreción alevosa. Juan la llevó a una salita muy bien puesta, junto a la cual había una alcoba perfectamente arreglada. Sentáronse en el sofá y se volvieron a abrazar.
Hijo de mi alma le contestó doña Lupe poniendo el chocolate sobre la mesa , después hablaremos de eso... Yo te explicaré lo que hay, y te convencerás de que todo es una figuración tuya. Toma primero el chocolate, que estás muy débil... El joven se dejó caer en el sofá, inclinándose hacia la mesa próxima, en que el desayuno estaba, y tomando un bizcocho lo mojó en el líquido espeso.
Y echando a andar hacía su cuarto, entró y cerró la puerta, mientras Cristeta quedaba en el sofá confusa y asombrada, no sabiendo qué sentimiento dominaba en su espíritu, si pena de amor contrariado o gratitud por el respeto que recibía. Al encerrarse don Juan en su habitación se dejó caer sobre una silla, admirado de su propia heroicidad.
La Samaritana se puso colorada, porque le daba vergüenza de decir que hacía lo menos diez o doce años que no se había confesado. Por fin lo declaró. «Perfectamente dijo Nicolás, acercando su sillón al sofá en que la joven estaba . Le prevengo a usted que tengo mucha experiencia de esto. Hace cinco años que practico el confesonario, y que las cazo al vuelo.
D.ª Carolina se alzó del sofá y dio tres o cuatro pasos. ¡Si supieran ustedes cuánto lo temo! dijo parándose. No lo puedo remediar; siempre que voy a decir algo importante a Pantaleón, me sucede lo mismo, me pongo temblorosa; toda me aturrullo... Mire usted cómo me tiembla la mano, Costa. Mario apretó la mano de su futura suegra, pero no pudo comprobar el temblor.
Palabra del Dia
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