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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Un rumor triste, fatídico, que escuchó detrás de las paredes de su cuarto, le hizo levantar la cabeza y clavar los ojos atónitos en el vacío. Sí; no cabía duda; se la llevaban, se la llevaban. Don Mariano se arrojó de bruces sobre el sofá y hundió el rostro en los almohadones para reprimir los gritos. ¡Esposa mía! ¡Esposa de mi alma!... Te llevan..., te llevan para siempre... ¡Ay, qué horror!...
Severiana tenía su cama en la alcoba interior, y la sala primera estaba destinada a recibir visitas, como lo declaraban el relativo lujo de la cómoda, las sillas de Vitoria nuevecitas, el sofá de lo mismo, la mesa con cubierta de hule, el cuadrito de los dos corazones amantes, el de la Numancia en mar de musgo, los retratos de militares cuñados de Severiana, la estera de esparto flamante y sin ningún agujero, de empleitas rojas y amarillas, y en fin, las laminotas que recientemente habían sido adquiridas en el Rastro por una bicoca.
El protagonista de aquella reunión política no se hizo de rogar más. El asiento central del sofá del salón fue desalojado para el presidente.
Siéntense ustés dijo Gallardo señalando un sofá en el fondo de la habitación . Ahí no estorban. Hablen y no se ocupen de mí. Voy a vestirme. ¡Me paece que entre hombres!... Y se despojó de su traje, quedando en ropas interiores.
Y entonces se levantó Don Pomposo del sofá colorado: «Mira, mira, Bebé, lo que te tengo guardado: esto cuesta mucho dinero, Bebé: esto es para que quieras mucho a tu tío». Y se sacó del bolsillo un llavero como con treinta llaves, y abrió una gaveta que olía a lo que huele el tocador de Luisa, y le trajo a Bebé un sable dorado ¡oh, que sable! ¡oh, qué gran sable! y le abrochó por la cintura el cinturón de charol ¡oh, qué cinturón tan lujoso! y le dijo: «Anda, Bebé: mírate al espejo; ése es un sable muy rico: eso no es más que para Bebé, para el niño». Y Bebé, muy contento, volvió la cabeza adonde estaba Raúl, que lo miraba, miraba al sable, con los ojos más grandes que nunca, y con la cara muy triste, como si se fuera a morir: ¡oh, que sable tan feo, tan feo! ¡oh, qué tío tan malo!
Pepita estaba sentada, casi recostada en un sofá, delante del cual había un velador pequeño con varios libros. Se acababa de levantar, y vestía una ligera bata de verano. Su cabello rubio, mal peinado aún, parecía más hermoso en su mismo desorden. Su cara, algo pálida y con ojeras, si bien llena de juventud, lozanía y frescura, parecía más bella con el mal que le robaba colores.
La señora dijo, hablando con la marquesa es la madre... De mi hija, sí, señor respondió la marquesa. Rita lanzó una de sus carcajadas repentinas. Barón dijo la condesa, cuyo sofá estaba cerca de la mesa del juego , ¿sois aficionado a la música?
Es la hora señalada, acudís con puntualidad, y os hallais en presencia del héroe de la mañana. D. Nicasio está algo descompuesto en su vestido, merced á un calor que le ahoga. Medio tentido en el sofá, os devuelve el saludo con un esfuerzo afectuoso, pero con evidentes señales de fastidiosa lasitud. Vamos á ver, Sr. D. Nicasio, si quedamos convenidos definitivamente.
Con permiso... dijo Baldomero golpeando con los nudillos de la mano en la puerta de la sala, donde conversaban Lorenzo y Melchor, recostado éste en el sofá, mientras esperaban la hora de almorzar. ¡Entre, Baldomero! ¡Aquí está fresquito! dijo éste sacándose el sombrero y peinándose el cabello con los dedos. Siéntese... ¿qué hay de nuevo?
¡Viene! exclamó Golfín, participando del terror de su enferma. Es él dijo Florentina, apartándose del sofá y corriendo hacia la puerta. Era él. Pablo había empujado la puerta y entraba despacio, marchando en dirección recta, por la costumbre adquirida durante su larga ceguera. Venía riendo, y sus ojos, libres de la venda que él mismo se había levantado, miraban hacia adelante.
Palabra del Dia
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