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En mis barrios, en mi casa, sin ir más lejos, conozco yo una muchacha que paece un ángel, y allí se está como flor en cerro, que ni la huelen ni la cogen... hasta que pase el burro y se la coma...; es decir, cualquiera. Guapa, ¿eh? ¿Alguna modista o peinadora? Por ahí, por ahí; pero monísima. Esbelta, graciosa... y cara de buena. Vive sola, en el tercero interior, y debe de ser muy pobrecita.

Y subida en el estribo, agarrándose a la capota, siguió gritando; ¡Muchachas, por lo que más queráis en el mundo sus pido que no les hagáis daño! Ellas no tién la culpa. ¿Sabéis quién es ésta, la guapa, la más joven, la que paece la Virgen de la Paloma?

La fama de sus proezas en las novilladas de los pueblos llegó a Sevilla, haciendo fijarse en su persona a los aficionados inquietos e insaciables, que siempre esperan un nuevo astro que eclipse a los existentes. Paece que es un niño que promete decían al verle pasar por la calle de las Sierpes con paso menudo, moviendo arrogante los brazos . Habrá que verlo en el terreno de la verdá.

Pero, en fin, ¿qué es lo que yo puedo hacer en esta cuestión? Pos , si le paece.... ¡Explíquese usted de una vez, santo varón!

Permita Dios que me equivoque; pero me se figura que el día menos pensao le van a dejar a Vd. plantao, sin tener quien haga tan siquiera la cama al papá. ¿Mi hermana... Dio Vd. con ello: la señorita me paece que se va a torcer.

¡Arrastrao! dijo la maja cuadrándose y moviendo la cabeza ¿tengo yo cara de cabrona? ¿Te paece que por una cara de escoba como esta voy yo á consentir?... ¡Calla! exclamó el otro ó te ejo sin piernas. Mira, Juan Mortaja, que voy á sacarle los ojos á esta rabuja si ahora mesmo no vienes conmigo. ¿Le parece á usted que á una mujer como yo se la...? Juan Mortaja, cuando igo que vamos á tener que....

Después miró a doña Sol, que permanecía inmóvil, siguiendo con los ojos al jinete, el cual se empequeñecía en lontananza. ¡Qué mujer! murmuró el espada con desaliento . ¡Qué señora tan loca!... Suerte que el Plumitas era feo y andaba haraposo y sucio como un vagabundo. Si no, se va con él. Paece mentira, Sebastián.

Sólo quedaban al lado de Juanón los que eran de la sierra y marchaban a tientas por las calles, asombrados de ir de un lado a otro, sin ver a nadie, como si la ciudad estuviese deshabitada. Ni Salvatierra está en Jerez, ni sabe nada de esto dijo el Maestrico a Juanón. Me paece que nos la han dao. Lo mismo creo contestó el atleta. ¿Y qué vamos a jacer?

Zarandilla, que falto de vista parecía haber aguzado sus oídos, interrumpió a Rafael, ladeando su cabeza como para escuchar mejor. Muchacho, paece que truena. Palidecía la gran mancha de sol sobre los guijarros del patio; las gallinas corrían en rueda, cocleando, como si quisieran huir de la ráfaga de viento que erizaba sus plumas. Rafael prestó oído también.

Debe de ser muy buena. Mal genio; pero tocante a... vamos, a eso que usted anda buscando, me paece a que es perder el tiempo. En fin, yo haré lo que usted me mande, con una sola condición: que no parezga usted por donde vivimos, a lo menos hasta que... ¿Hasta que nos arreglemos? Cabalito. Te lo prometo; me ayudas, te pago bien, y por ahora no pongo los pies en vuestro barrio.