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Urquiola había dado un abortivo á aquella infeliz que vivía en los barrios altos y era su amante, sufriendo en silencio una esclavitud de miseria y de golpes, enamorada sin duda, de la fachenda del atleta y de su petulancia nobiliaria.

No, no quiero... ¡Esa mano!... Pueden vernos. ¡Qué locura! El príncipe era un atleta, pero la emoción debilitaba sus fuerzas. Además, éstas se esparcían en una doble actividad, queriendo dominar á la mujer y explorarla á la vez en sus misterios, con la furia del imperativo sexual.

Una dama angelical, conocidísima en los altos círculos por su ingenio, su elegancia y su belleza, habíale arrancado, en un banquete, una confesión explícita, aunque no pública, de sus nuevas simpatías dinásticas... Un ramo de violetas había sido la ocasión, y un ángel fue el instrumento. ¡Feliz el atleta que entra en la nueva senda bajo tan poéticos auspicios!...

La vida, que hervía exuberante en su naturaleza de atleta, rechazó con indignación aquel fugaz pensamiento de muerte. Un suceso insignificante, la aparición de una lucecita verde en los confines del horizonte, bastó para divertir su imaginación de aquellas ideas tristes. «Un barco que quiere entrar se dijo. ¿Qué hora será? Si fuese un poco más temprano, me quedaría.

Lo que más alivió la pesadumbre del vencido atleta fue oírle decir: «V. está malo, señor cura; pero Marroquín tampoco anda muy bueno... Tiene la cara como un pan... Además, dicen que va a quedar resentido del pechoEn los dos primeros años vino el asistente de su padre a sacarle todos los domingos del colegio y llevarle a casa.

Era un hombre pequeño y grueso, de cuello corto, rostro mofletudo y rojo, o por mejor decir, morado; los ojos claros y redondos, como trazados a compás; ágil en sus movimientos, a pesar de la obesidad, y fuerte como un atleta.

Luchó, pues, con las ansias del que va a morir, con la desesperación del náufrago que disputa a otro el socorro de una tabla. Discutió las proposiciones del libro una por una. Era el combate de un niño con un atleta.

Un chileno forzudo, gran amigo mío, se levantó con resolución. «Oiga, godito: vamos a ver si nos traemos a algunas de esas damasAbajo, en un corredor, cazamos a dos coristas polacas que iban tranquilamente desde cierto lugar a su camarote, y mi amigo el atleta las subió casi en volandas sin entender sus palabras. ¡Gran éxito!

Esta misión consistía en llevar á todas las naciones próximas pobladas por seres de nuestra especie los beneficios de la civilización implantada por él. Además, como disponía de una fuerza superior, necesitaba usarla, lo mismo que el atleta, incapaz de vivir tranquilamente sin dar golpes contra algo para ejercitar sus músculos.

Pero si los ojos no, el corazón lo vió con toda claridad. Quedó yerto, pegado al suelo. Sintió un desfallecimiento singular en las piernas como si fuese a caer. Mas prontamente la sangre hirvió dentro de su brioso temperamento de atleta. Tendiéronse sus músculos acerados y saltó sin tocar con las manos la paredilla de seis pies que cerraba la finca. Cayó en medio de la carretera.