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... Ayer me dijeron lo que había pasado por la mañana en tu casa. Los dos guardaron silencio. Se habían arrimado á la paredilla, el uno al lado del otro. Demetria arrancó un retoño verde de la zarza y lo deshizo entre los dedos con la mirada fija en el suelo. Nolo con los ojos abatidos igualmente daba golpecitos con su nudoso garrote sobre las piedras del camino.

La iglesia y la casa rectoral estaban un buen trecho más allá, en una angostura sombría y húmeda. Todo dormía en el silencio más completo cuando el joven sacerdote llegó. Las gallinas picoteaban en la calle delante de la casa; un gato rabón se lavaba la cara sentado sobre la paredilla de la huerta, y un mastín desorejado dormía de bruces sobre la tabla del hórreo vecino de la casa.

Debajo de uno de ellos creyó percibir un bulto que se movía y saltó a los prados, temiendo tropezarse con alguien que le conociese. Miró por encima de la paredilla y vió una vaca acostada rumiando tranquilamente. Más allá, al pasar por delante de la casa de un labrador, se abrió repentinamente una ventana y apareció el bulto de una mujer.

Después se acercó Chisco al enverjado, y por entre dos de sus barrotes metió el farol, que ya no necesitábamos, y le dejó en el suelo muy arrimado a la paredilla, para recogerle a la vuelta; mas no sin santiguarse antes de meter la mano y después de sacarla, ni sin contemplar la imagen con una veneración que tenía algo de recelosa, como si la pidiera, a la vez que seguridad para la prenda que dejaba allí depositada, perdón por lo que pudiera haber de irreverente en su atrevimiento.

Al cabo, después de una larga pausa, Demetria dejó escapar un suspiro y como si saliese de un sueño exclamó: Bueno, Nolo: es hora ya de separarnos. No si tendré tiempo de ir á Lorío á despedirme de Flora y volver antes de la noche. lo tienes. Mira; el sol está muy alto todavía. Demetria guardó silencio y permaneció inmóvil mirando por encima de la paredilla á las altas montañas de Mea.

El joven cortesano se despojó rápidamente de sus zapatos, la hizo sentarse sobre la paredilla del camino, arrodillose delante y la calzó delicadamente, gozoso de dar una prueba de estimación a aquella gentil criatura, que tantas le había dado de constante afecto. Ella la recibió sonriendo, ruborizada y enternecida. Como Andrés tenía el pie chico, los zapatos le ajustaron regularmente.

Otra brecha mayor aún acababa de abrir la muerte en su corazón. Cuando llegó á lo más alto se detuvo, apoyó los codos en la paredilla y metiendo la cabeza entre las manos permaneció largo rato en contemplación extática, con los ojos secos y fijos mirando quizás más á su alma dolorida que al cuadro que tenía delante. Una mano le tocó suavemente en el hombro.

El corazón le dio un salto; él sabría por qué; y sin vacilar, apoyó los pies en la paredilla de guijarros, cubierta de musgo, que separaba el prado del arroyo, apartó las ramas, se agarró fuertemente a una más gruesa que las otras, y dando un brinco, cayó sobre el césped mullido de una muy hermosa pradera. El paisano, que encorvándose liaba un hacecillo de varas, levantó la cabeza sorprendido.

Pero si los ojos no, el corazón lo vió con toda claridad. Quedó yerto, pegado al suelo. Sintió un desfallecimiento singular en las piernas como si fuese a caer. Mas prontamente la sangre hirvió dentro de su brioso temperamento de atleta. Tendiéronse sus músculos acerados y saltó sin tocar con las manos la paredilla de seis pies que cerraba la finca. Cayó en medio de la carretera.

La bolsa de los corporales con el cuerpo del divino Redentor yacía sobre la paredilla de un prado. El P. Gil se apresuró a recogerla, se la colgó de nuevo al cuello, y después de orar un instante hincado de rodillas, siguió su camino sin separar los ojos del suelo.