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Tal era su irracional inquietud, que andaba dos o tres veces el camino, igual que los perros que iban con nosotros. Intentando pararle los pies un poco, pero muy principalmente lanzar la conversación a otro terreno más agradable, solté entre ambos el tema de sus amoríos con las respectivas mozonas. Pito acudió a mi llamada como un mastín a la mano que le ofrece medio pernil.

Pero éste, que debía estar en guardia, tiró de una daga é hirió mortalmente á Lorenzo Gómez, escribano que se hallaba presente, y luego azuzó á un perro mastín que tenía consigo, el cual era de tan fiera condición que, arrojándose sobre los corchetes, comenzó á dar dentelladas á unos y á otros, produciendo graves mordeduras á todos aquellos que habían intentado apoderarse de su amo.

Este mastín fue el encargado de romper la paz de aquel paraje, alzándose iracundo contra el advenedizo, ladrando con un grito ronco, apagado, testimonio de su decrepitud. El P. Gil detuvo el paso, y comenzó a decir en tono dulce y persuasivo: ¡Toma, toma! ¡Quis, quis!

Entonces pasó una cosa singular: cuando la sastra se acercaba á la puerta, Batilo, el perro misántropo, que en aquella mansión había olvidado los hábitos propios de su raza, corrió tras ella, se agitó convulsivamente como quien hace un gran esfuerzo, y ladró, ladró como un mastín ante un salteador; persiguió á la mujer dando agudos aullidos, y hasta llegó á pillarle entre sus inofensivos dientes el traje y el mantón.

Pero aunque la intervención del presidente fue cortés y comedida, el general no quiso añadir una frase más, en bien ni en mal, a las que había pronunciado, y se sentó de pronto con los bigotes erizados y enseñando los dientes, como un mastín después de haber llevado una paliza.

Una columna de humo salía por la alta chimenea y á la puerta dormía tranquilamente un mastín encadenado. Rumor de voces sacó de su contemplación al viajero, que vió salir de entre los árboles y dirigirse hacia el puente á un hombre y una mujer, en animada conversación.

Soltó el collar y el gran perro gris, saltando con una ligereza y una fuerza increibles, cayó sobre el mastín, que se mostró resistente é hizo honor á Rouxmesnil sosteniendo el choque. Pero el perro gris era de una agilidad increible y antes de que los espectadores de este combate pudieran hacer un movimiento, los dos animales, enlazados, habían rodado al fondo del foso.

¡Que si quieres! El mastín, viendo al recién llegado achicarse, se creció horriblemente. ¡Guau, guau! gritó, buscando el registro más feroz y amenazador que pudo hallar en su pecho. Al mismo tiempo clavaba una mirada de exterminio en el presbítero y avanzaba, aunque con cierta cautela, hacia él.

En las cabezas de aquellos desdichados es donde mejor se puede estudiar hasta dónde llegó Velázquez en el estudio de la expresión: el Primo es grave y reflexivo, casi elegante; Morra tiene cara de malo; el bobo de Coria es tipo de idiota triste; el niño de Vallecas estúpidamente alegre; don Antonio el inglés, apoyado en aquel admirable mastín más simpático que él, parece una caricatura del orgullo; don Juan de Austria, antes que de bufón palaciego, tiene traza de pícaro escapado de los capítulos del Guzmán de Alfarache o de las jácaras de Quevedo.

Cuando el Tato amenazó con su bastón a un mastín que se pegaba a las piernas de sus amos, aquella gente sencilla se decidió a salir del templo antes que abandonar al fiel compañero de su vida selvática. Gabriel miró por la verja del coro. La sillería alta y la baja estaban ocupadas.