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Actualizado: 11 de julio de 2025


Para el vagabundo predispuesto á convertirse en salteador, tenía su cuchillo, y también para el puma, león de las altiplanicies desiertas, no más grande que un mastín, pero que el hambre mantiene en perpetua ferocidad, impulsándole á atacar al viajero.

Pero era un secreto; no podía revelarlo sin faltar a la amistad y consideración que debía a la persona que se lo había comunicado. Sin embargo, Granate no acababa de rendirse. Como un mastín a quien rodean los chicos y tratan de congraciársele haciéndole caricias, echábales miradas recelosas y dejaba escapar de vez en cuando gruñidos dubitativos.

El mastín no podía, literalmente, ejecutar el esfuerzo del ladrido: temblábanle las patas, y la lengua le salía de un palmo entre los dientes, amarillos y roídos por la edad. Apaciguáronse los perdigueros a la voz del señor de Ulloa, con quien habían cazado mil veces; no así el mastín, resuelto sin duda a morir en la demanda, y a quien sólo acalló la aparición de su amo el señorito de Limioso.

Estaba el portón abierto de par en par, como puerta de quien no teme a ladrones; pero al sonido mate de los cascos de las monturas en el piso herboso del patio, respondieron asmáticos ladridos y un mastín y dos perdigueros se abalanzaron contra los visitantes, desperdiciando por las fauces el poco brío que les quedaba, pues ninguno de aquellos bichos tenía más que un erizado pelaje sobre una armazón de huesos prontos a agujerearlo al menor descuido.

El mastín, después de una resistencia honrosa, atestiguada por las huellas sangrientas de la piel de su adversario, acababa de morir. Usted me le pagará, buen hombre. Bobart, corre á buscar al guarda. ¡Para qué! dijo el hombre con su voz aguardentosa; ¡para qué! Que pase solamente el foso y hago con él lo que mi perro ha hecho con este otro. ¿Oye usted? So vieja.

Algunas noches creyó oír ladridos en sus entrañas, y llena de miedo, fue a consultar el caso con el arzobispo de Valencia, que era santo y prudente. «No temas, mujer dijo el prelado ; si tu hijo ladra dentro de tu vientre, es porque Dios quiere que sea el gran mastín de la Iglesia, que reñirá con los lobos de la herejíaAsí lo cuenta el padre Valdecebro, que era un varón docto, incapaz de mentir.

La vieja le cogió por la parte de oreja que le quedaba y dio tres o cuatro tirones con fuerza. El perro lanzó un aullido de dolor. Luego le cogió por la otra, y otros tantos tirones. Mayor y más triste aullido aún. Cumplidos sus deberes con la justicia de la tierra, el mastín se retrajo de nuevo hacia la tabla del hórreo, no sin lanzar por lo bajo algunas imprecaciones y blasfemias.

Dejaba trascurrir el tiempo tumbado sobre el césped mirando pacer el ganado ó acariciando distraído la cabeza del mastín. Por fin llegó el otoño. El tío Goro retiró sus vacas. Nolo no pudo resistir más.

Los perros todos de la población, unidos y compactos como un solo mastín, protestaban enérgicamente contra la pena infligida a un semejante suyo. El canto de María se perdió completamente dentro de aquel formidable ladrido.

No bien había llegado la nueva pareja á los primeros árboles, vieron que Hugo salía de la casa apresuradamente; llevaba en la mano una espada desnuda que brillaba á los rayos del sol, pero no le seguían sus perros y se detuvo un momento á la puerta para soltar al mastín que allí tenía encadenado. Por aquí, dijo la joven, que al parecer conocía perfectamente el bosque.

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