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Es la lógica de la vida: el inútil mata siempre al que sirve para algo. Pero no hubo muerte alguna. El padre de la República supo manejar á unos y á otros con la misma habilidad que mostraba en los pasillos del Senado al surgir una crisis ministerial. Se acalló el escándalo. Margarita fué á vivir con su madre, y empezaron las primeras gestiones para el divorcio.

El precio pedido ascendía á más del doble de la suma, que traían aquéllos; pero gracias á los esfuerzos del P. Gil, que con dinero prestado aumentó la suma y acalló algún tanto las pretensiones de Hassán, pudo Cervantes conseguir su libertad en 19 de septiembre de 1580. Antes de regresar á España, quiso desvanecer varias calumnias de que había sido víctima.

Al verle me separé diciendo: Comandante, un hombre de honor no tiene más que una palabra; mantened la vuestra. Subí a mi cuarto, con la desagradable convicción de que había seguido por completo el ejemplo del gobierno, pisoteando todos los principios de la dignidad. Pero ¡bah! si uno no se ayudara un poco en la vida, ¿cómo podríamos salir del paso? Esta reflexión acalló mis remordimientos.

Pero ella obedeció, ajustándose el sombrero para marcharse. ¡Cómo! exclamó Laura sorprendida. ¿Usted pretende imponerse? ¡No! ¡Déjela! ¡Perverso! ¡Pícaro! Adriana acalló sus palabras con una caricia, y luego hizo a la sirvienta seña de seguirla. Y salió, después de besar, rápidamente, a Zoraida y a Carmen. Sus pasos y sus sollozos resonaron en la escalera del vestíbulo.

Cuando se convenció de que don Fermín, por mucho que disimulase, estaba enamorado como un loco de la Regenta, furioso de celos, y de que no había sido su amante ni con cien leguas, y de que a ella, a Petra, sólo la había querido por instrumento, la ira, la envidia, la soberbia, la lujuria se sublevaron dentro de ella saltando como sierpes; pero las acalló por de pronto, disimuló, y por entonces sólo dio satisfacción a la avaricia.

El mastín no podía, literalmente, ejecutar el esfuerzo del ladrido: temblábanle las patas, y la lengua le salía de un palmo entre los dientes, amarillos y roídos por la edad. Apaciguáronse los perdigueros a la voz del señor de Ulloa, con quien habían cazado mil veces; no así el mastín, resuelto sin duda a morir en la demanda, y a quien sólo acalló la aparición de su amo el señorito de Limioso.

Algunos se echaron fuera; mas no por eso se acalló el tumulto, y lo peor fue que aparecieron de súbito dos o tres personas que tomaron el partido del orador silbado contra el silbante pueblo. ¡Que ustedes son unos servilones, mata candelas! ¡Que ustedes son unos afrancesados! Que ustedes son... imagínese el lector lo peor que haya oído en plazas, presenciado en tabernas y aprendido en garitos.

Había transcurrido mucho tiempo, y una parte del público, deseando descargar su furia contra alguien más que el torero, se volvió hacia el palco presidencial... ¡Señor presidente! ¿Hasta cuándo iba a durar este escándalo? El presidente hizo un gesto que acalló las protestas y dio una orden.

Sin embargo, un imperfecto sentimiento de equidad, emanado de los que habían tenido la buena suerte de limpiar en el juego a don Jorge, acalló las mezquinas preocupaciones de los más irreductibles. Don Jorge recibió el fallo con filosófica calma, tanto mayor en cuanto sospechaba ya las vacilaciones de sus juzgadores. Era muy buen jugador para no someterse a la fatalidad.