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Actualizado: 25 de mayo de 2025


A la conclusión de este escrito, después de llamarle Sr. Dr. Montalbán, le dice que todos los hombres son mortales, y que los poetas cómicos, sólo por serlo, se exponen á ver silbadas sus comedias, y cuando en una representación, en que hay muchos cambios de decoraciones, salen éstas mal por culpa del tramoyista, el silbado es él y no el poeta.

Las burlas y los chistes con que Rafaela se vengaba de la silba, hacían mucha gracia al señor de Figueredo, quien se consideraba también vejado, lastimado, silbado y rechazado por la sociedad elegante de Río.

Y era bien seguro que el drama se ponía en escena. El veterano de los bastidores ejercía mucho ascendiente con ribetes de miedo sobre empresas y cómicos: cuando se incomodaba ¡tenía una lengua! Si el drama era silbado, protestaba lleno de ira contra el juicio del público y seguía protegiendo con más fuerza al autor.

La puerta del cuarto se abrió repentinamente; el poeta silbado se presentó; estaba pálido, pero tranquilo al parecer: a primera vista comprendí, no obstante, que aquella tranquilidad era ficticia y que la sonrisa que contraía sus labios tenía mucha semejanza con la de los ajusticiados que quieren morir serenos.

Sin embargo, como tenía henchida el alma de graves y profundos secretos y Pablito no se despegaba de Nieves aunque le echasen agua caliente, después de haberle silbado para llamarle la atención, se aventuró a descargar el fardo en público, a riesgo de que sus confidencias no fueran bien entendidas y apreciadas por el elemento femenino de la tertulia.

Por nada del mundo hubiera gustado de que silbasen a la Stolz como la habían silbado a ella, a no tener a la mano otro D. Joaquín para consolarla de la silba. Rafaela quiso, pues, que la Stolz triunfase, y se propuso contribuir a su triunfo. Y como Rafaela además era aficionadísima a la música, no se resignó a dejar de oír a tan egregia cantarina.

, Sarrió ha contestado Azorín ; yo me acordaré de usted cuando me coma estas uvas y siempre. Su recuerdo será en mi vida algo grato, algo imperecedero. Se han abrazado estrechamente. Adiós, Azorín. Adiós, Sarrió. Ha silbado la locomotora; el tren se ha puesto en marcha. A lo lejos, Sarrió agitaba en alto su sombrero de copa puntiaguda. En Petrel.

No, Blasillo; aquellas buenas gentes trataban de distraerse. ¡El día es tan largo! y además, ¿de qué podía quejarme? no me habían silbado, al contrario, me aplaudían. ¿Qué quieres? mi vida es un papel; así como así, todo es comedia: amistad, valor, virtud, gloria, abnegación. ¡Oh! ¡comandante! exclamó Blasillo con amargura. ¡Todo, muchacho, todo! hasta la piedad de las mujeres por la desgracia.

Pablo Hervieu tiene cuarenta y siete años, ha compuesto doce volúmenes de novelas y cuentos y nueve obras teatrales: el orden y el trabajo gobiernan su vida: su voluntad es fortísima, la amplitud de su conciencia pone entre sus actos concatenación lógica inmutable; idea despacio y escribe lentamente y por modo casi definitivo, cual si no quisiera molestarse luego en copiar lo hecho: es, quizás, el único autor dramático francés que no ha sido silbado.

La rechifla le abruma, si, salvo, manca la estocada del modo indispensable. Aquel día hubo seis toros en campaña: tres fueron muertos guapamente, de un golpe instantáneo como el rayo, por un Espada de garbosa figura y negras y grandes patillas, llamado por sobrenombre Pepete. Lilo fue silbado sin misericordia, no obstante la buena reputación de que gozaba.

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