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Me partía el corazón al ver al pobre anciano. Lloraba como un chiquillo. Deseoso de alivio y de consuelo vejado por la maldad y la ingratitud, abría su alma, sencilla y llena de dolores, a un pobre muchacho que años antes fué su discípulo y del cual esperaba frases compasivas, palabras cariñosas.

11 Efraín es vejado, quebrantado en juicio, porque quiso andar en pos de mandamientos. 15 Andaré, y tornaré a mi lugar, hasta que conozcan su pecado, y busquen mi rostro. En su angustia madrugarán a . 1 Venid y volvámonos al SE

Las burlas y los chistes con que Rafaela se vengaba de la silba, hacían mucha gracia al señor de Figueredo, quien se consideraba también vejado, lastimado, silbado y rechazado por la sociedad elegante de Río.

El conde contestó con pullas y burletas a la homilía: la gente, entre la que había no pocos forasteros, se puso de lado del burlón, a pesar de ser D. Luis el hijo del cacique; el propio Currito, que no valía para nada y era un blandengue, aunque no se rió, no defendió a su amigo; y éste tuvo que retirarse, vejado y humillado bajo el peso de la chacota.

Seas Belarmino, seas su cuerpo astral prosigue Apolonio, en expansión irresistible de amor propio vejado , te advierto que es verdad que padezco del estómago; que el agua de Vichy que siempre he bebido era agua de Vichy auténtica; que ahora no venía a llenar de agua la botella, sino a lavarla, porque la necesito para meter agua de Colonia, ya que debo emprender en seguida un largo viaje.

La fatuidad con que él presume y se jacta de lograr todo esto, me ha humillado, me ha vejado y me ha ofendido. Quiero vengarme y me vengaré. Quiero desengañar a ese hombre y le desengañaré con el más duro desengaño. Por mismo y por medio de viles terceros se obstina en que yo le reciba a solas en mi casa, y me pide una cita.

Su encono contra la gente decente, contra la ciudad, es cada día más visible; el gobernador de La Rioja puesto por él renuncia al fin a fuerza de ser vejado diariamente.

En sus labios, la República federal no fue tan sólo la mejor forma de gobierno, época ideal de libertad, paz y fraternidad humana, sino período de vindicta, plazo señalado por la justicia del cielo, reivindicación largo tiempo esperada por el pueblo oprimido, vejado, trasquilado como mansa oveja.

En España es ingénito el creer que nobleza obliga, y nosotros, que en larga residencia en aquel Archipiélago hemos podido apreciar las ambiciones de progreso que laten en aquel pueblo tan vejado y deprimido, consideramos que por lo que al interés público conviene, estamos obligados á emprender en primer lugar una razonada defensa del pueblo filipino: defensa que creemos justificadísima, puesto que en la conciencia de todos está la certeza de que hasta el momento en que los sucesos de las Carolinas hicieron reverdecer, aunque sólo fuera de modo fugaz, los recuerdos de nuestras colonias Oceánicas, el hablar de Filipinas fué siempre cosa nueva y peregrina, ¡tanto era el olvido en que se las tenía!

Verdad es que doña Manolita dio a su padre un par de cariñosos besos para endulzar aquella mortificación de amor propio. Hasta hubo ocasión en que D. Anselmo se sintió más mortificado y vejado.