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Para Apolonio, algunas disputas humanas han sido hostigadas por misteriosa intromisión divina; son aquellas disputas merecedoras de la dignidad dramática y trágica.

Apolonio, ¿nos oye alguien? preguntó Felicita, inclinándose sobre el mostrador, con delgado aliento y ojos de espía. Si usted conserva ese tono, nadie nos oirá. Apolonio.... Es usted un miserable, un traidor, un ingrato. Se lo digo a usted en voz baja, aunque con toda energía, porque quiero evitar espantosas complicaciones, incluso la efusión de sangre. Pero, señora...; digo, señorita....

Los inmortales se aburren tanto en su serenidad inacabable y de tal suerte envidian los conflictos y combates del mundo, que, a veces, no pudiendo resistir la tentación, descienden convertidos en nubecillas leves y flúidas a pelear entre los hombres, según cuenta Homero. Esto lo sabía Apolonio, desde Compostela.

Los viejos se alejan. Están a solas Apolonio y el confitero francés. Apolonio habla, con su acostumbrada prosopopeya. El confitero escucha, con su regocijo acostumbrado. Después de un rato de palique, el señor Colignon se encamina hacia el lugar en donde Belarmino ha permanecido sin moverse. El banco donde descansa Belarmino está emboscado en un macizo de laureles, al modo de muro en semicírculo.

Pero conste que aquellos quienes invitan a los pobres pequeños viejos no soy yo, pero son sus compañeros Belarmino y Apolonio.

Pero el dolor de muelas sirve para hacer dramas. Todos los dolores son experiencias dramáticas. Esta escena se repetía a diario durante largo tiempo, si bien la elocuencia ubérrima de Apolonio desenvolvía variadísimos temas. Novillo llegó a sentir curiosidad por conocer el drama que había escrito Apolonio, el cual se lo leyó una noche con tanto énfasis y pathos, que subyugó y conmovió al oyente.

No aprietes las cejas.... Ya que eres un artista; pero eso no impide que seas también un ganso. Mira, Apolonio; vivimos en tiempos de negociantes, y no de artes ni de filosofías; en tiempo de Martineces, y no de Apolonios y Belarminos. Belarmino, ahí está de remendón. , por fuente fidedigna, que vas mal.

Apolonio, con aquella su portentosa ineptitud para percibir la realidad externa, volvió a su casa convencido de que no había habido, en los anales de la dramaturgia, triunfo como el suyo. Ya en calzoncillos, antes de sepultarse en el camastro, dijo entre , fijando el dedo índice en medio de las cejas: «El derrotero está trazado.

La cosa fué, ¿sabe usted?, que su padre no podía ver a mi familia. ¿Qué habrá sido de Perico? ¿Se llama Perico? , Perico Caramanzana. ¡Y qué bien le iba el nombre! Tenía la cara fresca, coloradina y alegre, como una manzana. ¿Por eso le decían Caramanzana? Es su verdadero apellido. El padre se llamaba Apolonio Caramanzana. Le habrá oído usted mentar. ¡Ah!, era el mejor zapatero de España.

Dejó caer la cabeza, vergonzoso. Vamos por partes. , de seguro, no sabes quién es la mujer a quien adora el desmandado don Pedrito. Apolonio denegó con la cabeza. ¿Qué has de saber , si no vives en la tierra? Ni sospecha tendrás. Nueva denegación. Pues chico, te lo voy a decir yo: es la hija de Belarmino. ¡Eso no, eso no!