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Pasaban por un domicilio que era taller de zapatería, y los golpazos que los zapateros daban a la suela, unidos a sus cantorrios, hacían una algazara de mil demonios. Más allá sonaba el convulsivo tiquitique de una máquina de coser, y acudían a las ventanas bustos y caras de mujeres curiosas. Por aquí se veía un enfermo tendido en un camastro, más allá un matrimonio que disputaba a gritos.

Allí, mojando buñuelos en el fangoso líquido de la taza, sentía renacer otra vez sus esperanzas, aunque menos intensas que en el ambiente cálido de la redacción. El sería algo; él subiría alto. Siempre que llenaba el estómago, sentíase animado por una fe ciega en su destino. Y con tales esperanzas, emprendía la caminata hacia los Cuatro Caminos, para reposar en el camastro todavía caliente.

Nosotros nos acercábamos, fijándonos en las marcas; si la señal era no entrar, dábamos la vuelta al pueblo; si no, íbamos a alguna taberna, a cuya puerta él nos esperaba. Solíamos tomar en el albergue una sopa caliente, un trozo de carne cocida y un vaso de cerveza, y nos tendíamos en algún camastro o en la hierba seca.

Debía estar soñando; aquel mundo no podía existir. De seguro que de un momento a otro iba a despertar, encontrándose en el camastro de la calle de los Artistas. Los seres que le rodeaban no eran reales. Aquellos perros que caminaban sin el más leve ruido, sin respirar, volviendo la cabeza hacia el amo como si le ladrasen con los ojos, eran unos perros de ensueño.

Todas las mañanas veía a Maltrana, al volver éste de la redacción. El pobre joven, para dormir, tenía que esperar a que su padrastro y su hermano menor abandonasen un mísero cuartucho de la calle de los Artistas, y una vez en él, se tendía sobre el camastro único, todavía caliente, con la huella de los cuerpos del viejo albañil y su aprendiz.

El hombre nos saludó muy cortés y se acercó á nosotros; pero al poco rato, como necesitaba escupir la bilis, sobre si yo había dejado por la mañana las tablas del camastro arrimadas á la pared ó en el suelo, me largó una bofetada... Allí vierais á la Carbonerilla hecha una leona fajarse con él á pescozones. ¡Pin pan! de aquí, ¡Pin pan! de allá... En fin, que el hombre se vió negro para librarse de sus uñas...

A la cólera sucedió el desaliento. ¿Qué iba a hacer? ¿adónde ir?... Sentíase más infeliz, más débil que meses antes, cuando vagaba sin hogar, pasando las noches en una redacción. Ya no tenía como recurso aquel camastro de la calle de los Artistas. Además, carecía del valor que da el ser solo para hacer frente a la miseria.

La amistad de las mujeres es seguramente más cordial que la de los hombres, pero en uno y otro sexo no hay afecto duradero más que para sus iguales. Se experimenta un placer delicado en subir dos o tres veces una escalera estrecha y en sentarse cerca de un miserable camastro, pero hay muy pocas almas tan heroicas que sean capaces de vivir familiarmente con la desgracia de los demás.

Venga usted le dije, y deje a esta mujer agonizar en paz. Vámonos. La muchacha hizo un movimiento para seguirme; pero una fuerza, mayor que toda repugnancia y que todo consejo, la aproximó al camastro y triunfó de la repugnancia y del horror que, por un instante, la había dominado.

Si en el mismo instante y muy de sopetón su señorita tenía la destreza suficiente para coger un asador que muy cerca de su mano estaba y metérselo por los ojos, la cosa era hecha. No había allí más muebles que las dos sillas y el baúl. Ni cómoda, ni cama, ni nada. En la oscura alcoba debía de haber algún camastro.