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Y la sopa se enfriaba, y al fin aparecía Visitación, sofocada, distraída, de mal humor. Venía de casa de Vegallana donde había conseguido que Ana y Álvaro se hablaran a solas un momento, por casualidad... que había preparado ella. ¡Pero buena conversación te Dios!

Al efecto abrieron una suscripción casi forzosa entre las personas de capital, para sostener con ella dos repartos de sopa diaria, que habían de hacerse en los barrios más populosos y á los vecinos pobres que se hallaban faltos de todo alimento y tantos eran á la sazón.

Siempre habrá una nación continuó que esté encima de las otras... Nosotros apenas somos algo en el presente, y según he leído, España pesó sobre el mundo entero durante siglo y medio. Estábamos en todas partes: nos encontraban hasta en la sopa. Después le llegó el turno á Francia. Ahora es Inglaterra... A no me molesta que un pueblo se coloque sobre los demás.

Ya ves, parece feo un hombre sin trabajar, comiendo la sopa boba... Así que me voy desde luego... Pero no te apures, que yo encontraré ocupación; todo se arreglará.

TORTA DE CHATCHIGORRIS. Con los chatchigorris correspondientes a nueve libras de manteca, después de bien repicados, se les pone medio kilo de masa de pan, cinco cucharadas de manteca, dos huevos, diez cucharadas de azúcar, de las de sopa, y diez céntimos de canela en polvo.

Sería imposible calcular cuántos italianos pobres se salvan anualmente de perecer de hambre por la sopa y el pan que todos los días reciben en la puerta de todo monasterio capuchino. Basta decir que esta orden de hábito carmesí y de casquete negro es la más grande y sincera amiga que tiene la clase más necesitada y pobre.

Sólo entonces consienten en irse a la perrera, y allí, mientras lamen su cazuela de sopa, refieren a sus compañeros de la granja lo que han hecho en lo alto de la montaña: un paisaje tétrico donde hay lobos y grandes plantas digitales purpúreas coronadas de fresco rocío hasta el borde de sus corolas.

Pasó tanta agua del puchero del agua caliente al puchero de la verdura, que esta quedó encharcada. Los garbanzos se quemaron, y cuando fueron a comerlos amargaban como demonios. La sopa no había cristiano que la pasara de tanta sal como le echó aquella condenada.

Comía sopa, cocido y principio; cada cinco años se hacía una levita, cada tres compraba un sombrero alto lamentándose de las exigencias de la moda, porque el viejo quedaba siempre en muy buen uso. A esto lo llamaba él su aurea mediocritas. Pudo haber sido empleado; pero «¿con quién? ¡si aquí nunca hay gobiernos!». Cargos gratuitos los desempeñaba siempre que se le ofrecían, porque sus conciudadanos le tenían a su disposición, sobre todo si se trataba de dar a cada uno lo suyo. A pesar de tanta modestia y parsimonia en los gastos, los maliciosos atribuían su exaltado liberalismo y su descreimiento y desprecio del culto y del clero a la procedencia de sus tierras. «¡Claro, decían las beatas en los corrillos de San Vicente de Paúl, y los ultramontanos en la redacción de El Lábaro, claro, como lo que tiene lo debe a los despojos impíos de los liberalotes! ¿Cómo no ha de aborrecer al clero si se está comiendo los bienes de la Iglesia?». A esto hubiera objetado don Pompeyo, si no despreciara tales hablillas, «abroquelado en el santuario de su conciencia», hubiera contestado que don Leandro Lobezno, el obispo de levita, el Preste Juan de Vetusta, el seráfico presidente de la Juventud Católica, era millonario gracias a los bienes nacionales que había comprado cierto tío a quien heredara el don Leandro». Pero no, don Pompeyo no contestaba.

No faltó quien viniese a avisar en seguida a Belinchón de la zurdada del alcalde respecto de la música. Estaba empezando a comer cuando recibió la noticia. Con admirable serenidad, que debían envidiar sus enemigos, concluyó el plato de sopa que tenía delante, se limpió los labios, bebió un trago de vino, volvió a limpiarse los labios, y levantándose acto continuo, salió sin decir palabra.