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5 Los cuales tomarán oro, y cárdeno, y púrpura, y carmesí, y lino fino, 6 y harán el efod de oro y cárdeno, y púrpura, y carmesí, y lino torcido de obra de bordador. 9 Y tomarás dos piedras de ónice, y grabarás en ellas los nombres de los hijos de Israel: 10 Los seis nombres en una piedra, y los otros seis nombres en la otra piedra, conforme al nacimiento de ellos.

Por sus facciones, facciones duras, más bien siniestras, y su barba canosa y enmarañada que conocía por haberla visto una vez en Inglaterra, comprendí que ese era el hombre con quien Burton Blair debía haber celebrado la entrevista secreta; pero, contrario a lo que yo esperaba, me hallé que vestía el tosco hábito carmesí y el grueso cordón del monje capuchino, presentando una figura triste y silenciosa en su actitud de pie y con los brazos cruzados, mientras el sacerdote, en su espléndida vestidura, murmuraba las oraciones.

Triunfa de mi loco amor Y de mi seso perdido; Que, aunque piensas por vencido, Yo que es por vencedor. Pon la rosa carmesí De mi prestada alegría, Y mi celosa porfía En el lirio azul turquí; En el alhelí pajizo Mi desesperado ardor, Y en la violeta el amor Que mi voluntad deshizo; Mi imposible en el jazmín Blanco, sin dar en el blanco.

25 Además todas las mujeres sabias de corazón hilaban con sus manos, y traían lo que habían hilado: cárdeno, o púrpura, o carmesí, o lino fino. 27 Y los príncipes trajeron piedras de ónice, y las piedras de los engastes para el efod y el pectoral;

La madre, al idear el traje de su hija, había dado rienda suelta á las tendencias vistosas de su imaginación, y la vistió con una túnica de terciopelo carmesí, de un corte peculiar, abundantemente adornada con caprichosos bordados y floreos de hilo de oro.

Después habló de un vestido que proyectaba hacerse, en color claro con adornos de terciopelo carmesí; una idea que se le había ocurrido a ella sin consultar a la modista; estaba segura de que había de gustar mucho. Pero súbitamente volvió en y dijo con palabra rápida y seca: Vamos, adelante,... el pañuelo de la niña diez y seis, ¿no es eso? , señorita.

A cuyas voces y palabras todos volvieron la cabeza, y vieron que las daba un hombre vestido, al parecer, de un sayo negro, jironado de carmesí a llamas. Venía coronado -como se vio luego- con una corona de funesto ciprés; en las manos traía un bastón grande.

5 Y el cinto del efod que [estaba] sobre él, era de lo mismo, conforme a su obra; de oro, cárdeno, y púrpura, y carmesí, y lino torcido; como el SE

Detrás venian cincuenta pages en buenos caballos; despues entraron tras ellos doscientos ginetes en muy buenos caballos, con seis trompetas, y estandartes en ellas de damasco carmesí, labradas de plata y oro las armas del duque, y luego un estandarte grande de lo mesmo y con la mesma divisa. Delante cuatro cornetas de las cuatro capitanías, de dos en dos.

Llegó a su despacho el señor vicario general, y sin saludar a los que allí le esperaban, se sentó en un sillón de terciopelo carmesí detrás de una mesa de ministro cargada de papeles atados con balduque. Apoyó los codos en el pupitre y escondió la cabeza entre las manos. Sabía que le esperaban, que pretendían hablarle, pero fingía no notarlo. Esta era una de las maneras que usaba para hacer sentir el peso de su tiranía; así humillaba a los subalternos; despreciándolos hasta no verlos a los dos pasos. Primero era su mal humor. Un mal humor de color de pez. La bilis le llegaba a los dientes. ¿Por qué? Por nada. Ningún disgusto grave le habían dado; pero tantas pequeñeces juntas le habían echado a perder aquel día que había creído feliz al ver el sol brillante, al lavarse alegre frente al espejo. Primero su madre tratándole como a un chiquillo, recordándole las calumnias con que le perseguían; después las noticias alarmantes y las bromas necias del médico, luego aquella Visitación, La Libre Hermandad, Olvidito faltando a la disciplina... y sobre todo aquel demonio de Obispo abrumándole con su humildad, recordándole nada más que con su presencia de liebre asustada toda una historia de santidad, de grandeza espiritual enfrente de la historia suya, la de don Fermín... que... ¿para qué ocultárselo a mismo? era poco edificante.... Aquel paralelo eterno que estaba haciendo Fortunato sin saberlo, irritaba al Magistral. Y ahora le irritaba más que nunca. Ahora le parecía que la superioridad intelectual del vicario era nada enfrente de la grandeza moral del Obispo.