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Pepita seguía llorando y sollozando sin contestar. ¡Ea! Déjate de llanto y dime lo que tienes. ¿Qué te ha dicho el vicario? Nada ha dicho que pueda ofenderme contestó al fin Pepita.

A buena parte iba la correveidile de Glocester». Fortunato ya había dado palabra de honor de ir a la solemne sesión de La Libre Hermandad. Esto y el ver allí a la de Páez, su más fiel devota, agravó el mal humor del Vicario. Le costó trabajo estar fino y cortés y lo consiguió gracias a la costumbre de dominarse y disimular.

Asimismo, excusaría este dicho vicario los muchos embarazos que se ofrecen a los prelados y superiores con los informes encontrados que van de estos pueblos, pudiéndolos dar jurídicos con plena información de los casos.

He prometido alegrarme de que D. Luis se vaya. He querido olvidarle y hasta aborrecerle. Pero mira, Antoñona, no puedo; es un empeño superior a mis fuerzas. Cuando el vicario estaba aquí juzgué que tenía yo bríos para todo, y no bien se fue, como si Dios me dejara de su mano, perdí los bríos, y me caí en el suelo desolada.

El tal vicario tenía la costumbre de coger su sueldo, cambiarlo en plata y dejarlo encima de la mesa formando un montón, no muy grande, porque el sueldo no era mucho, de duros y de pesetas.

Pero si no es D. Pedro de Vargas de quien estoy enamorada. ¿Pues de quién entonces? Pepita se levantó de su asiento; fue hacia la puerta; la abrió; miró para ver si alguien escuchaba desde fuera; la volvió a cerrar; se acercó luego al padre vicario, y toda acongojada, con voz trémula, con lágrimas en los ojos, dijo casi al oído del buen anciano: Estoy perdidamente enamorada de su hijo.

Nos el Dr. D. Cristóbal Damasio, canónigo de la insigne Iglesia colegial del Sacro Monte Ilipulitano Valparaiso, extramuros de la ciudad de Granada, inquisidor ordinario y Vicario de esta villa de Madrid y su partido, etc.

La joven reconoció a Estupiñá, que había sido vecino suyo cuando ella vivía en la Cava, donde tuvieron principio sus interminables desgracias. Plácido se embozó en su capa tomando hacia la calle del Vicario Viejo. Siguiole Fortunata con la vista hasta verle desaparecer, y poco después volvió a su acecho. ¿Quién salía? Un caballero con botines blancos que parecía extranjero.

La especialidad de don Fermín era la de ser distraído. Se olvidaba de todo. Estábamos reunidos el señor vicario, un señor profesor de primera enseñanza y... y el señor Soraberri miraba a todas partes, como espantado, con sus grandes ojos turbios, y decía: ¿En qué iba?... Pues... se me ha olvidado la especie. Al señor Soraberri siempre se le olvidaba la especie.

En el ánimo de Luis han hecho honda impresión esta vida y esta muerte ejemplares de un hombre, menester es confesarlo, simple y de cortas luces, pero de una voluntad sana, de una fe profunda y de una caridad fervorosa. Luis se compara con el vicario, y dice que se siente humillado. Esto ha traído cierta amarga melancolía a su corazón; pero Pepita, que sabe mucho, la disipa con sonrisas y cariño.