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Actualizado: 5 de junio de 2025


Durante muchísimos años, don Fermín desempeñó el cargo de secretario del Ayuntamiento de Urbia, hasta que se retiró, cuando su hija se casó con un labrador de buena posición. El señor don Fermín Soraberri era un hombre alto, grueso, pesado, con los párpados edematosos y la cara hinchada. Solía llevar una gorrita con dos cintas colgantes por detrás, una esclavina azul y zapatillas.

Soraberri recomendó eficazmente a su amigo Tellagorri que no hiciera nunca juicios aventurados y temerarios, y con este motivo comenzó a contar una historia, precisamente ocurrida en Oñate, pero al ir a especificar los que habían intervenido en su historia, se le olvidó la especie, y lo sintió, verdaderamente lo sintió, porque, según dijo, tenía la seguridad de que el hecho era sumamente interesante y, además, muy digno de mención.

Al señor Soraberri se le había olvidado la especie, pero recordó pronto de qué se trataba; encargó a su hija que trajese un vaso de vino para Tellagorri, entró él en su despacho y volvió poco después con unos papeles viejos en la mano; se puso los anteojos, carraspeó, revolvió sus notas, y dijo: ¡Ah! Aquí están.

Tellagorri también fué muy felicitado por tener un sobrino de tanto valor y audacia. El viejo, muy contento, aunque haciéndose el indiferente, decía: Este sobrino mío va a dar mucho que hablar. De casta le viene al galgo. Porque yo no si vosotros habréis oído hablar de López de Zalacaín. ¿No? Pues preguntadle a ese viejo Soraberri, ya veréis lo que os cuenta...

La especialidad de don Fermín era la de ser distraído. Se olvidaba de todo. Estábamos reunidos el señor vicario, un señor profesor de primera enseñanza y... y el señor Soraberri miraba a todas partes, como espantado, con sus grandes ojos turbios, y decía: ¿En qué iba?... Pues... se me ha olvidado la especie. Al señor Soraberri siempre se le olvidaba la especie.

Casi todos los días el exsecretario se encontraba con Tellagorri y cambiaban un saludo y algunas palabras acerca del tiempo y de la marcha de los árboles frutales. Al comenzar a verle acompañado de Martín, el señor Soraberri se extrañó y miraba al muchacho con su aire de elefante hinchado y reblandecido.

Pensó en dirigirle alguna pregunta, pero tardó varios días, porque el señor Soraberri era tardo en todo. Al último le dijo, con su majestuosa lentitud: ¿De quién es este niño, amigo Tellagorri? ¿Este chico? Es un pariente mío. ¿Algún Tellagorri? No; se llama Martín Zalacaín. ¡Hombre! ¡Hombre! Martín López de Zalacaín. No, López no dijo Tellagorri. Yo lo que me digo.

Leído esto, Soraberri tosió, escupió y comenzó esta relación con gran solemnidad: «Enemistad antigua señalada avya entre el solar d'Ohando, que es del reino de Navarra, é el de Zalacaín, que es en tierra de la Borte.

E esto pataba en el año de Nuestro Senyor de mil cuatrociensos y doceCuando concluyó el señor Soraberri, miro a través de sus anteojos a sus dos oyentes. Martín no se había enterado de nada; Tellagorri dijo: , esos Ohandos es gente palsa. Mucho ir a la iglesia, pero luego matan a traición.

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