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No había rincón del pueblo que Martín no conociera. Para él, Urbia era la reunión de todas las bellezas, el compendio de todos los intereses y magnificencias. Nadie se ocupaba de él, no compartía con los demás chicos la escuela y huroneaba por todas partes. Su abandono le obligaba a formarse sus ideas espontáneamente y a templar la osadía con la prudencia.

Ya se podía andar por las carreteras sin peligro; el carlismo seguía por la fuerza de la inercia, defendido débilmente y atacado más débilmente todavía. La única arma que se blandía de veras era el dinero. Martín, viendo que no era difícil recorrer los caminos, tomó su cochecito y se dirigió hacia Urbia una mañana de invierno.

Durante muchísimos años, don Fermín desempeñó el cargo de secretario del Ayuntamiento de Urbia, hasta que se retiró, cuando su hija se casó con un labrador de buena posición. El señor don Fermín Soraberri era un hombre alto, grueso, pesado, con los párpados edematosos y la cara hinchada. Solía llevar una gorrita con dos cintas colgantes por detrás, una esclavina azul y zapatillas.

Los domingos, después de la misa, los aldeanos endomingados, con la chaqueta al hombro, se reunían en la sidrería y en el juego de pelota; las mujeres iban a la iglesia, con un capuchón negro, que rodeaba su cabeza. Catalina cantaba en el coro y Martín la oía, como en la infancia, cuando en la iglesia de Urbia entonaba el Aleluya.

Esto añadió es una copia de una narración que hace el cronista Iñigo Sánchez de Ezpeleta acerca de cómo fué vertida la primera sangre en la guerra de los linajes, en Urbia, entre el solar de Ohando y el de Zalacaín, y supone que estas luchas comenzaron en nuestra villa a fines del siglo XIV o a principios del XV. ¿Y hace mucho tiempo de eso? preguntó Tellagorri. Cerca de quinientos años.

El partido constituyó un acontecimiento en Urbia; el pueblo entero y mucha gente de los alrededores se dirigió al juego de pelota a presenciar el espectáculo. La lucha principal iba a ser entre los dos delanteros, entre Zalacaín y el Cacho.

En este caserío nació y pasó los primeros años de su infancia Martín Zalacaín de Urbia, el que, más tarde, había de ser llamado Zalacaín el Aventurero; en este caserío soñó sus primeras aventuras y rompió los primeros pantalones. Los Zalacaín vivían a pocos pasos de Urbia, pero ni Martín ni su familia eran ciudadanos; faltaban a su casa unos metros para formar parte de la villa.

Se sacó la caja y se la colocó en el coche que habían mandado de San Juan del Pie del Puerto. Todos los labradores de los caseríos propiedad de los Ohandos estaban allí; habían venido de Urbia a pie para asistir al entierro. Y presidieron el duelo Briones, vestido de uniforme, Bautista Urbide y Capistun el americano. Y las mujeres lloraban.

Semejante rivalidad, explotada por Ohando y los señoritos de su cuerda, terminó en un partido que propusieron los amigos del Cacho. El desafío se concertó así; el Cacho é Isquiña, un jugador viejo de Urbia, contra Zalacaín y el compañero que éste quisiera tomar. El partido sería a cesta y a diez juegos.

Preguntaron Catalina y el a varios carlistas de Urbia por Ohando, y uno le indico que Carlos, en compañía del Cacho, había salido de Burguete muy tarde, porque estaba muy enfermo.