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Carlos de Ohando el hijo mayor de doña Águeda, era un muchacho cerril, obscuro, tímido y de pasiones violentas. El odio y la envidia se convertían en el en verdaderas enfermedades. A Martín Zalacaín le había odiado desde pequeño cuando Martín le calentó las costillas al salir de la escuela, el odio de Carlos se convirtió en furor.

No, por de pronto sigue ahí, es lo mejor, y dentro de unos días Bautista irá a ver a doña Águeda y a decirla que se casa contigo. Se hizo lo acordado por los dos hermanos. En los días siguientes, Carlos Ohando vió que su conquista no seguía adelante, y el domingo, en la plaza, pudo comprobar que la Ignacia se inclinaba definitivamente del lado de Bautista.

Muchas veces, en el mes de Mayo, cuando pasaban Tellagorri y Martín por la orilla del río, al cruzar por detrás de la iglesia, llegaba hasta ellos las voces de las niñas, que cantaban en el coro las flores de María. Emenche gauzcatzu ama Escuchaban un momento, y Martín distinguía la voz de Catalina, la chica de Ohando. Es Cataliñ, la de Ohando decía Martín.

Martín, aunque respecto a él no podía negar la exactitud del cargo, creyó no debía permitir este ultraje dirigido a los Zalacaín y, abalanzándose sobre el joven Ohando, le dió una bofetada morrocotuda. Ohando contestó con un puñetazo, se agarraron los dos y cayeron al suelo, se dieron de trompicones, pero Martín, más fuerte, tumbaba siempre al contrario.

¿Cuánto necesitarías? Unos ochenta o cien duros. Yo te los doy. ¿Y por qué es esa prisa? ¿Le pasa algo a la Ignacia? No, pero he sabido que Carlos Ohando la está haciendo el amor. ¡Y como la tiene en su casa!... Nada, nada. Hablale y, si ella quiere, ya está. Nos casamos en seguida.

El caserío donde habitaban los Zalacaín pertenecía a la familia de Ohando, familia la más antigua aristocrática y rica de Urbia. Vivía la madre de Martín casi de la misericordia de los Ohandos.

No exclamó Ohando. y Martín le llevó por el cuello, arrastrándole por el barro, hasta donde estaba Catalina. No sea usted bárbaro exclamó el extranjero . Déjelo usted. ¡A , Cacho! ¡A ! gritó Carlos ahogadamente.

Esto añadió es una copia de una narración que hace el cronista Iñigo Sánchez de Ezpeleta acerca de cómo fué vertida la primera sangre en la guerra de los linajes, en Urbia, entre el solar de Ohando y el de Zalacaín, y supone que estas luchas comenzaron en nuestra villa a fines del siglo XIV o a principios del XV. ¿Y hace mucho tiempo de eso? preguntó Tellagorri. Cerca de quinientos años.

¿Cómo los dos? ¿Qué quieres decir con eso? ¿Yo? Nada. ¿ sabes algo? No, hombre, no. O me lo dices, o se lo pregunto al mismo Carlos Ohando. ¿Es que está aquí Catalina? , está aquí. ¿De veras? . ¿En dónde? En el convento de Recoletas. ¡Encerrada! ¿Y cómo lo sabes ? Porque la he visto. ¡Qué suerte! ¿La has visto? . La he visto y la he hablado. ¡Y eso querías ocultarme!

Martín con su mujer, y Bautista con la suya, se acercaron a Añoa y se alojaron en la venta. Catalina quería ver si obtenía noticias de su hermano. En la venta preguntaron a un muchacho desertor carlista, pero no supo darles ninguna razón de Carlos Ohando. Si no está en Peñaplata, irá camino de Burguete les dijo.