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Actualizado: 5 de julio de 2025
Se encontró con la vieja de la noche anterior, y al verla la dijo: ¿Pero no hay nadie en esta casa? ¿Qué quería usted? No le había visto. ¿Vive aquí el comandante don Carlos Ohando? No, señor, aquí no vive. ¡Muchas gracias! Martín salió a la calle, y embozado y con aire conquistador se dirigió a la posada en donde vivía Bautista.
Efectivamente, así fué; el mismo día en que el viejo supo la paliza que su sobrino había adjudicado al joven Ohando, le tomó bajo su protección y comenzó a iniciarle en su vida. El mismo señalado día en que Martín disfrutó de la amistad de Tellagorri, obtuvo también la benevolencia de Marqués.
Debajo del árbol, en la tierra y sobre la hierba húmeda, se veían algunas gotas de sangre, pero Martín había huído. No tenga usted cuidado, señorita le dijo a Catalina una de las criadas . Martín ha podido escapar. La señora de Ohando, que se enteró de lo ocurrido por su hijo, llamó en su auxilio al cura don Félix para que le aconsejara.
Entonces, antes de que nadie lo pudiera evitar, el Cacho, desde la esquina de la posada, levantó su fusil, apuntó; se oyó una detonación, y Martín, herido en la espalda, vaciló, soltó a Ohando y cayó en la tierra. Carlos se levantó y quedó mirando a su adversario. Catalina se lanzó sobre el cuerpo de su marido y trató de incorporarle. Era inútil.
Un día, una vieja criada de casa de Ohando, chismosa y murmuradora, fué a buscarle y le contó que la Ignacia, su hermana, coqueteaba con Carlos, el señorito de Ohando. Si doña Águeda lo notaba iba a despedir a la Ignacia, con lo cual el escándalo dejaría a la muchacha en una mala situación. Martín, al saberlo, sintió deseos de presentarse a Carlos y de insultarle y desafiarle.
Carlos de Ohando y algunos condiscípulos suyos, carlistas que se las echaban de aristócratas, comenzaron a proteger al Cacho y a excitarlo y a lanzarlo contra Martín. El Cacho tenía un juego furioso de hombre pequeño é iracundo; el juego de Martín, tranquilo y reposado, era del que está seguro de sí mismo.
A la entrada del pueblo nuevo, en la carretera, y por lo tanto, fuera de las murallas, estaba la casa más antigua y linajuda de Urbia: la casa de Ohando.
Un alpargatero tuvo que intervenir en la contienda y, a puntapiés y a empujones, separó a los dos adversarios. Martín se separó triunfante y el joven Ohando, magullado y maltrecho, se fué a su casa. La madre de Martín, al saber el suceso, quiso obligar a su hijo a presentarse en casa de Ohando y a pedir perdón a Carlos, pero Martín afirmó que antes lo matarían.
Las saludó profundamente y preguntó: ¿La señorita de Ohando? Soy yo. Traigo una carta para usted de su hermano. Catalina palideció y le temblaron las manos de la emoción. La superiora, una mujer gruesa, de color de marfil, con los ojos grandes y obscuros como dos manchas negras que le cogían la mitad de la cara, y varios lunares en la barbilla, preguntó: ¿Qué pasa? ¿Qué dice ese papel?
Toma las letras le dijo Martín a Bautista . ¡Guárdalas! ¿Te las han dado ya firmadas? Sí. Hay que prepararse a salir de Estella en seguida. No sé si podremos dijo Bautista. Aquí estamos en peligro. Además del Cacho, se encuentra en Estella Carlos Ohando. ¿Cómo lo sabes? Porque le he visto. ¿En dónde? Está en mi casa herido. ¿Y te ha visto él? Sí. Claro, están los dos exclamó Bautista.
Palabra del Dia
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