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Para estas buenas señoras no existía el tiempo. Ni veían las arrugas, ni la peluca, ni los dientes postizos de su hermano. Manuel Antonio era siempre un pollito, un petimetre. Sus trajes, sus baños, las horas que empleaba en el tocado les hacían sonreír con benevolencia.

Como lleva la capa cerrada y él va tan encogido, mirando casi asustado a un lado y a otro, parece que va a realizar algo importante. Es, efectivamente, algo importante. Perdone usted ha dicho el viejo ; usted es crítico... Azorín ha sonreído con benevolencia; se sentía halagado por las palabras de este desconocido.

Don Alonso, al cual acompañaba en su paseo diario, pues el buen inválido no movía el brazo derecho y con mucho trabajo la pierna correspondiente. No qué hallaron en para despertar su interés. Sin duda mis pocos años, mi orfandad y también la docilidad con que les obedecía, fueron parte a merecer una benevolencia a que he vivido siempre profundamente agradecido.

Haciendo su amo excepción de la firmeza en cuanto á la benevolencia, la ejercitó en el odio hasta la muerte. El privado había subido á la cúspide de los honores y grandezas: todo lo perdió en un instante con la gracia del Rey, que aprisionó á sus hijos con el fin de que no le asistieran.

Ven acá, salero, siéntate á mi vera, á ver si vivo cien años más. Soledad sonrió con benevolencia. ¿Para qué tanto? ¿No vale más estar á mi vera que vivir cien años? ¡Mucho que ! ¡Bendita sea tu boca, clavel de la Italia! Mejor quiero estar á tus pies una hora que seis meses tomando monedas de cinco duros. Es que no las has visto.

Ana oyó los gritos y se apresuró a perdonar aquella debilidad inocente de su esposo. «Todos los cazadores son así», pensó con la benevolencia de la fiebre incipiente. Volvió don Víctor y la sonrisa dulce, cristiana de su esposa, le restituyó la calma, ya que la perdiz no podía. Hasta la una y media no concilió el sueño su mujer, y entonces y sólo entonces, pudo don Víctor disponerse a dormir.

El teatro estaba de bote en bote. El público había acudido, excitado por la curiosidad, mas no por la benevolencia. Al contrario, el odio y el desprecio que el Sr. de Figueredo inspiraba, tocaron como por carambola y se estrellaron contra la pobre Rafaela.

Pablito hacía frecuentes, excursiones a los corredores, donde, por rara casualidad, tropezaba casi siempre a Nieves y la hacía pagar derechos de peaje. A veces, sus carcajadas reprimidas llegaban hasta el cuarto de la enferma, y ésta sonreía con benevolencia diciendo a Cecilia: ¡Qué locos! Sin ocurrírsele, por supuesto, que su adorado hijo pudiera hacer otra cosa que jugar al escondite.

En nombre de la humanidad y de la especie te miraré con benevolencia... Cierto que me ha de escocer algo. Pero cogeré mi sombrero y me marcharé de tu casa, sin que eso quiera decir que te abandone, pues lo que haré será jubilarte, señalándote media paga». ¡Pero qué hombre más raro, y qué manera de querer! pensaba Fortunata. iv

Y sonriendo con benevolencia: Ha hecho usted una locura, joven. ¿Qué hubiese usted ganado con que le dijera que se moría? Saberlo de un modo indudable. Muchas gracias; ¿y después? Después... después... después yo no lo que hubiera pasado. , lo sabe usted... pero más vale que no lo diga.