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Pero en medio de sus desaciertos y sus ilusiones fantásticas, tenía tanto de noble y grande, que la generación que le sucede le debe los más pomposos honores fúnebres. Muchos de aquellos hombres quedan aún entre nosotros, pero no ya como partido organizado; son las momias de la República Argentina, tan venerables y nobles como las del Imperio de Napoleón.

Esta situación me impone también deberes, el primero de los cuales sería hacer los honores fúnebres a la difunta y acompañarla decentemente al cementerio... Ahora bien, mire usted, hijo mío, estas piernas llenas de cataplasmas... ¡Bonita facha de heredero para escoltar hasta la última morada a aquella noble señorita!

De este patio, así como de un jardín más extenso, con honores de huerta, que había a espaldas de la casa, cuidaba doña Luz con esmero. Hasta hacía venir flores y plantas, que jamás se habían conocido en Villafría, y solía aclimatarlas.

Aquel joven esclarecido, dando a la historia el mismo ejemplo de modestia y generosidad que el rey Wamba, se negó terminantemente a aceptar los honores que le ofrecían. Este ejemplo, por desgracia, no ha tenido imitadores. Las dulzuras del poder excitan demasiadamente el paladar de los jóvenes académicos para que nadie piense en rechazarlas.

El alma simple de la buena señora aceptaba la sabiduría como cosa útil, ya que la humanidad se regía por ella, concediéndola grandes honores; más allá, en el fondo de su ánimo, sentía aversión y desconfianza, mirándola como arma útil para defenderse de los males del mundo, pero que encerraba en su seno un peligro de muerte.

Era, además, el foro de la legislación constituyente de aquella época, y la cátedra en que la juventud más brillante de España ejercía con elocuencia la enseñanza del nuevo derecho. A pesar de todos estos honores, la villa y corte tenía un aspecto muy desagradable. Mari-Blanca continuaba en la Puerta del Sol como la más concreta expresión artística de la cultura matritense.

Todos gritaban, reclamando para el diestro los honores de la maestría. Debían darle la oreja. Nunca tan justa esta distinción. Estocadas como aquella se veían pocas. Y el entusiasmo aún fue mayor cuando un mozo de la plaza le entregó un triángulo obscuro, peludo y sangriento: la punta de una de las orejas de la fiera.

He aquí exclama que el Señor se sirve agora de este signo, harto elocuente, para incitarme al castigo del pueblo avariento y blasfemo de Mahoma. Una gran emoción sagrada dilata su fantasía. Va a cumplir un santo deber; y quién sabe si al encomendar a Ramiro la importante misión no le encamina derecho a los más grandes honores.

Parece que nuestro querido sobrino no pierde el tiempo observó maliciosamente el vizconde, refiriéndose a doña Inés y al joven duque. Haznos los honores de tu casa, Pablo. Piensa que sentimos nuestros músculos un poco entumecidos de las posturas que nos dieron los pintores. Para desentumecernos nos vendría muy bien danzar un poco. ¿No tienes por acá un laúd?

No se oían más ruidos que el rápido rozar del viento contra los penachos de los maizales, y a ratos sonar estridente de cornetas lejanas. Como a un cuarto de legua detrás del pueblo se erguía Monte-Dalarza, impracticable a la derecha por una serie de ásperos peñascales y cortado a la izquierda por un tajo, con honores de sima, que lo separaba del resto de la sierra.